Año Viejo

Ana Abad R.

En tiempos difíciles como los que atraviesa el país, cuando las desigualdades sociales se vuelven cada vez más evidentes, cuando la violencia y la muerte se vuelven pan de cada día, cuando la corrupción envuelve a todos los estamentos de la sociedad ecuatoriana, cuando en un sinsentido suicida se atenta contra la naturaleza, bien vale la pena recordar que de acuerdo a la tradición “quienes cierran las puertas a estas celebraciones populares serán en lo posterior mal vistos, ladeados por el vecindario y terminarán por no aguantarse a sí mismos porque el treinta y uno de diciembre a media noche dejaron de quemar sus penas junto a los trapos viejos del monigote”; de allí, la importancia que tienen las celebraciones que como el Año Viejo entretejen el pasado, el presente y el porvenir, al tiempo de estimular la participación colectica porque es necesario “que se queme, que se queme/ que se queme este año loco,/que no queden ni cenizas/ ni rastros de viejo tampoco”, poesía anónima, recuperada por María Rosa Crespo, que como una cábala provoca la renovación de la esperanza y nos lleva a soñar con un mundo al revés porque como dice el poeta José Goytisolo “había una vez un lobito bueno/al que maltrataban todos los corderos& y había también un príncipe malo/ una bruja hermosa/ y un pirata honrado/ todas esas cosas habían una vez /cuando yo soñaba con el  mundo al revés”. (O)