La cultura de la cancelación se refiere a la práctica popular de quitar el apoyo, rechazar o boicotear a personas o grupos particulares, especialmente figuras públicas y empresas después de que han hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo. La cultura de la cancelación nos convierte en árbitros del bien y el mal, y encuentra en las redes sociales un espacio fecundo para activarse de manera masiva y frecuentemente con mucha agresividad.
Resulta positivo que cultura de la cancelación obligue a las personas a responsabilizarse de lo que dicen y hacen para evitar ser “canceladas”, lo que hace que tomen mayor conciencia sobre las consecuencias de sus actos y palabras. Sin embargo, también puede dar cabida a una exagerada sensibilidad sobre ciertos temas, y censurar todo aquello con lo que no estamos de acuerdo, además de convertirse en una plataforma para personas hambrientas de atención que, por unos minutos de fama en las redes, dicen cualquier barbaridad buscando precisamente la cancelación cultural y toda la atención que con ella consiguen, sin importar que esta sea negativa.
La cancelación cultural no es nada nuevo, el pensamiento dominante ha “cancelado” a muchas personas, basta recordar a Galileo Galilei quien fue obligado a retractarse del modelo heliocéntrico que proponía. Ethan Yang (2020) menciona que el problema de la cultura de cancelación, al igual que con cualquier libertad, es cuando se abusa de ella. Se agradece que las personas rindan cuentas y digan la verdad, no así que se busque formas para destruir reputaciones, carreras y relaciones; mucho menos que se convierta a la sociedad en un campo de batalla. Una sociedad en la que las personas no pueden expresar sus opiniones no es una sociedad en absoluto. (O)
@ceciliaugalde