Cada invierno redescubre la deteriorada vialidad del Azuay. Es una especie de círculo vicioso. Histórico, además.
Las intensas lluvias, ni bien comienzan ya causan estragos. Y, lo peor, en los mismos lugares donde hace uno, dos o tres años, dejaron su impronta de destrucción.
El deterioro de vías como la Cuenca-Girón-Pasaje sigue su curso. El Ministerio de Transporte y Obras Públicas permanece impávido.
El Plan Vial presentado en Paute en 2022 con “luces y cámaras” prevé hacer estudios definitivos de nueve de los 28 “puntos críticos” de aquella carretera. Léase bien: estudios.
El domingo anterior, una torrencial lluvia convirtió a esa vía en el escape de las aguas. No hay ni siquiera mantenimiento de cunetas y atarjeas; la señalización, tan, pero tan necesaria, prácticamente ha desaparecido.
Y vale decirlo: si es tan peligrosa la vía, lo es mucho más por la actitud irresponsable de la mayoría de conductores. Rebasan en curvas, aceleran en los charcos, no les importa la cantidad de piedras y baches en la calzada, van a velocidades no permitidas; peor si en su loca carrera se encuentran con volquetes y tráileres.
El panorama, en más o en menos, es similar en las demás vías interprovinciales. Basta transitar por la antigua Panamericana Norte.
No es pesimismo, pero cabe la incredulidad sobre la ejecución de aquel Plan Vial con una inversión de USD 46 millones.
Se vienen las crecidas del caudal de los ríos. Acaba de demostrarlo este domingo el Rircay. En 2022 arrasó con el puente a la altura de Sulupali, dejando incomunicadas a varias comunidades, cuya producción agrícola es fundamental para abastecer los mercados.
El puente provisional puede colapsar. Ocho meses le cogió al GAD Provincial hacer los estudios para construir el definitivo. Para ejecutarlo requiere de USD 6,8 millones. Y no los tiene.
Financiarlo es el reto. Lo deberá asumir el nuevo prefecto, los nuevos alcaldes, las nuevas juntas parroquiales. ¿Lo saben los respectivos candidatos a esas dignidades?