Hay una tendencia patológica de la especie humana a la autodestrucción, es decir, una conducta orientada hacia el daño a uno mismo, ya sea de manera directa, como es el caso extremo del suicidio, o de manera indirecta como los autocastigos que, cuando son constantes, se transforman en una ‘muerte lenta’, verbo y gracia el alcoholismo, el tabaquismo, el consumo de drogas y los deportes extremos, entre muchos otros.
Con acatamiento a los entendidos en este fenómeno patológico, advierto una tercera vía de aniquilamiento propio, aquella que se hace de manera inconsciente, por ignorancia o por resentimiento atávico que, a la vez de destruirse así mismo también se lo hace al otro por la creencia de ser el origen de su fatalidad. Se podría dar muchos ejemplos como el incendio de bosques, pero en esta ocasión valgan los plásticos que contaminan el medio ambiente.
La responsabilidad de esta contaminación debe ser de las mayores preocupaciones de los habitantes del planeta. La concienciación de una conducta solidaria sobre el equilibrio del ecosistema es puntual en los planes curriculares, en la enseñanza informal como los púlpitos religiosos, los gremios del turismo, la industria, el comercio y los medios de comunicación social. Políticos y candidatos que en esta época son desperdicios como los plásticos, deben plantear la necesidad de buscar políticas para la conservación de la naturaleza, de la vida y consecuentemente de la especie, incluida la suya…
Hace falta sensibilizar sobre el impacto que provocan los plásticos que van al subsuelo y al mar, en donde se descomponen en sustancias letales o ellos mismos son causa de muerte. La ONU acaba de anunciar que hay 150 millones de toneladas de plásticos acumulados en mares y océanos. Lo mismo pasa en la vida terrestre, en donde los científicos empiezan a culpar ciertas enfermedades a este terrible engendro de autodestrucción.
Reducir el consumo de plásticos y sustituir por material degradable debe ser el primero objetivo. Qué desazón ver en los centros comerciales como se envuelven productos en plásticos y éstos en otros, para finalmente echarlos en cualquier lugar o tachos amarillos que los botan el “lugares apropiados”, desde donde se descomponen en sustancias tóxicas que se filtran al subsuelo y finalmente van a ríos, océanos y mares.
Uno de los inventos más autodestructivos tanto como la bomba atómica ha sido el de los plásticos, cuya producción y consumo debe alertar a científicos, gobernantes, líderes, políticos y educadores. (O)