El Concejo de Ancianos, el organismo que determinaba una aprobación o negación de situaciones que afectarían o beneficiarían a más de una comunidad, sabía con bastante antelación (varios meses) el nacimiento del nuevo Iluminado, un niño que llevaría el nombre de Jesús y designó una elevadísima comisión para agasajarlo.
Los llamados Magos eran seres muy evolucionados místicamente, supremamente ilustrados, profesores y parte de los altos representantes de las grandes academias y escuelas místicas de Oriente y fueron destinados por la Sagrada Fraternidad Blanca y la colectividad esenia (grupo místico muy antiguo del cual se dice existe hasta ahora, pero de manera disimulada) que estaba enormemente involucrada en el mantenimiento y cuidados de toda la familia de Jesús, para que fueran en su representación. Cuando la Virgen María llegó a Belén para dar a luz, los Magos ya se hallaban en la vecindad.
Además de oro, incienso y mirra (que la Biblia menciona) le dieron al niño un rosario (que la Biblia no menciona) con un símbolo inexplicable para que lo llevara colgado del cuello y sirviera de identificación permanente como persona diferente a los demás. También le hicieron llegar los respetuosos saludos de los dirigentes de la Gran Fraternidad Blanca y a María y José les dieron joyas simbólicas y alta veneración como los cuidadores iniciales del infante. En el monte Carmelo —inaccesible para el vulgo— asentaron el nacimiento y dejaron resoluciones especiales para la posterior educación de Jesús, desde la niñez hasta la adolescencia ya que desde aquí hasta su juventud serían otros “magos” los que lo educarían, en realidad seres superiores habituados en Egipto.
Los llamados reyes magos no imperaban ningún país o nación más bien reinaban en lo espiritual y conciencial, en definitiva, personas despiertas. Que eran 3 ó 4; de colores de raza diferentes; que uno se extravió y no conoció al niño; que se llamaban tal o cual, sólo queda para la desbordada creación de películas. (O)
