59.795 y 113.928
Los números del titular, que parecen claves de seguridad, son las cifras que el CNE reporta como votos blancos y nulos en el proceso electoral para la alcaldía de Cuenca y la Prefectura del Azuay. En ambos casos superan la votación alcanzada por los nuevos mandatarios lo cual, junto con el fraccionamiento del voto, compromete la percepción de legitimidad y, posteriormente, la gobernabilidad.
El problema no solo se refleja entre los votos nulos y los ganadores, sino también entre sus contendores. En el Azuay la votación de nulos y blancos alcanza al 30,24 % cuando la votación de Juan Cristóbal Lloret es del 20,30 % y la de Marcelo Cabrera es sólo un poco menor, 19,60 %. La diferencia es de 0,7% entre los dos finalistas, mientras que los nulos y blancos le superan al Prefecto electo en casi el 10 %. En Cuenca, igualmente, la votación de nulos y blancos, en relación al total de votantes, llega al 20,63 %, Cristian Zamora obtiene un 18,58 % y Pedro Palacios le sigue muy de cerca con el 17,48 %. Tan importante para los ganadores debería ser el tomar en cuenta las propuestas de quienes superaron por mínimas fracciones como la opinión de quienes no optaron por ninguna opción en la papeleta.
Un voto nulo o blanco es una clara muestra de la indecisión del electorado. Esta indecisión tiene raíces en la frustración con la clase política que permanentemente ha decepcionado sus aspiraciones. Las campañas electorales, convertidas en plebiscitos emocionales son una herramienta que representa también un riesgo para las expectativas de los votantes. Ante tanta emocionalidad, la expectativa crece de tal manera que el gobernante, al verse enfrentado con la realidad, termina decepcionado a su electorado por no poder cumplir con lo ofrecido. Así el ciclo de emoción – decepción se cumple inexorablemente en cada proceso electoral. ¿Para qué decidir, para qué escuchar, si al final siempre decepcionan?
La novedad en este proceso, tanto en el Azuay como en otras provincias, es que ese voto de decepción y apatía hoy supera los porcentajes de quienes ostentan las altas dignidades de representación de una población. Esa representación se ve comprometida porque el apoyo mayoritario, en números absolutos, no está con ellos. Es la decepción y la apatía la gran ganadora de este proceso razón por la cual será el primer desafío de los mandatarios. Conseguir legitimidad a partir de abrir sus puertas a quienes no les han dado ese apoyo inicial. La gobernabilidad se construye cada día cuando se trabaja con todas las distintas representaciones sociales y mirando siempre a la gente. (O)