En un país cuyo nombre, pronunciarlo a ratos produce bostezos, mandan, gobiernan y cogobiernan las minorías políticas.
Diríase, en cruento romance, que actúan cual ladillas, y como tales se reproducen a diestra y siniestra merced a leyes escritas y bendecidas por quienes luego usufructúan de todo cuanto son capaces de producir en el cuerpo de ese país, décadas atrás como “Absurdistán” muy bien calificado.
Tales minorías se imponen porque, quien sensato lo creyera, actúan en consonancia, según las circunstancias, estratégicamente dirigidas para dividir a las masas, mientras más desesperadas, presas de la apatía, del desengaño, mejor, mucho mejor.
Quienes buscan sacarse la lotería, incluso sin comprar el guachito, con loco afán se inscriben para la quiniela de la suerte política. Y de que ganan, ganan. Así no ganen las máximas dignidades, consiguen ser parte de los gobiernos, no interesa cuan chiquitos sean. Allí sobreviven, cual ladillas, chupando todo cuanto puedan del raquítico cuerpo estatal, pero empujando, madurando, para, juntos ser más en el país de los ciegos, de los desmemoriados, de los desconcertados, de quienes su esperanza les fue traicionada, su fe resquebrajada; de quienes parece importarles un bledo los corruptos siempre que hayan hecho obras, les hayan endeudado hasta la coronilla y llenándolos de desvergüenza con toda clase de acciones indecorosas.
Las minorías han ganado alcaldías, prefecturas, vocalías en aquel engendro (Cpc) capaz de dirigir hasta la dirección del viento.
Solo en este “Absurdistán”, un alcalde, un prefecto, esos vocales, pueden ser elegidos con el 18 %, 20 %, 22 % del electorado. Y sin contar con que, juntos, nulos y blancos rebasan sus paupérrimas votaciones o les “soplan en las orejas”.
Revestidos de cuestionada legalidad, pero no de legitimidad se aprestan a dirigir el destino de los pueblos, con seguridad repartiendo trocitos de poder a las demás minorías que no lograron el cetro pero sí subirse al escenario.
Alguien con un poco de sangre en la cara debería abstenerse de asumir una función en tan vergonzantes circunstancias. Algo así como pasar a ser dueño de la fiesta con solo haber ingresado de “paraca”.
Las hay vivarachas minorías. Hay otras, utilizables, moldeables, pagables. Estas, presas de un complejo de grandeza, ignoran que trabajan para que aquellas se robustezcan, sean capaces de todo, desde repatriar prófugos de la justicia hasta dinamitar todo cuanto puedan para reinar en el país de liliputienses políticos. (O)