Una de las razones de las crisis políticas, que ocurren hoy en diversos países del mundo, tiene que ver con la corrupción de la clase política gobernante; una situación que sólo podría ser superada si se enfrentan las causas de fondo de este grave problema ético y legal.
Una de las causas estructurales que incentivan a la corrupción tiene que ver con el modelo de sociedad que hoy impera en el mundo; siendo necesario, por lo tanto, impulsar un proceso de educación en nuevos valores, que pongan en entredicho los valores sociales como la búsqueda del beneficio individual, el consumismo y el desmedido afán por la riqueza material (la concupiscencia) y la codicia.
Otra causa de fondo tiene que ver con el tipo de modelo político vigente en la sociedad, sobre todo si se trata de un modelo que hace permeable el cometimiento de actos ilícitos en el manejo del Estado y la impunidad.
En el caso de Ecuador, por ejemplo, durante los Gobiernos anteriores y en el Gobierno actual se ha asistido a una permanente búsqueda del control de los diversos órganos del poder político estatal, particularmente de órganos como la Contraloría, la Fiscalía, la Procuraduría, el Consejo de Participación, las Cortes de Justicia, el CNJ y las diversas Superintendencias, anulando con esto la posibilidad de los frenos y los controles necesarios, que conlleve a una auténtica división e independencia de poderes del Estado. Un control con el objetivo de garantizar impunidad para los actos de corrupción; impunidad que, a su vez, ha estimulado en incremento de la corrupción.
Por otro lado, la presencia de una democracia meramente representativa, donde la participación de la gente se reduce a depositar un voto en elecciones, sin que intervenga de una manera activa y permanente en los asuntos públicos y del Estado, también ha contribuido a la corrupción de políticos, burócratas y altos funcionarios del Estado; por lo cual, el enfrentamiento a la corrupción debe implicar la construcción de una democracia participativa.
Finalmente es necesario trabajar por un cambio en la cultura política, que permita superar aquello de que “político que no roba es tonto”, y que promueva valores como el mérito, la honestidad, y la lucha por los ideales y no por el dinero. (O)