El 21 de febrero de 1747 nació Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo y con él la semilla del que brotó el árbol de la libertad y la independencia en América. Es considerado como el más destacado varón de América del Siglo XVIII. Un polígrafo, investigador científico, médico, abogado, ideólogo político, pensador y escritor pionero de origen mestizo en el país.
Se dice que el Ecuador ha descollado en algunos aspectos de la vida, menos en el científico. Tal aseveración carece de sustento histórico, cuando se conoce, por ejemplo, que uno de los científicos más connotados en la época de la Colonia fue, conjuntamente con Pedro Vicente Maldonado, Eugenio de Santa Cruz y Espejo.
En 1785 escribió “Reflexiones acerca de la viruela”, primer texto científico que refería la existencia de microrganismos, adelantándose a los inventos de Louis Pasteur. Fue él quien ya definía como política de salud conceptos básicos como asepsia y antisepsia. En su honor se declaró el 21 de febrero como Día del Médico Ecuatoriano, ocasión para saludar efusivamente a los colegas de esta Patria.
Eugenio Espejo se adelantó a muchos descubrimientos científicos que más tarde maravillaron al mundo. Él informó que las infecciones eran transmitidas por unos “atomillos” que más tarde fueron descritos como microbios o bacterias y que luego Fleming revelara el antibiótico para su exterminio. Deplorablemente su uso indiscriminadamente estropeó gravemente el ecosistema bacteriano, por lo que hoy el desafío de la ciencia consiste en explorar las vastas perspectivas de bienestar que propone el microbiota, particularmente intestinal.
Hay que resaltar labor científica de muchos médicos ecuatorianos que, fuera o dentro del país, vienen realizando trabajos encomiables en los campos científico, técnico y humanístico, lo que dignifica a la clase y prestigia al país. Desde Eugenio Espejo a esta parte, sus discípulos han sido considerados y reconocidos por su permanente disposición de ayuda y su ejemplar disciplina para el estudio y el trabajo. Han existido casos aislados de errores profesionales, de los que se han valido gente inescrupulosa para denigrarlos o sacar dinero fácil.
Un gobierno despótico de triste recordación pretendió eliminar a los colegios profesionales, entre ellos el de los médicos. Si no los desapareció, los transformó en simples organizaciones para reuniones sociales, sin peso específico para los grandes debates de su pertenencia a nivel nacional como el de elaborar un Código de Salud, que hoy más que ayer se necesita su reformulación. (O)