Insatisfechos por escándalos propiciados por gente de poca monta intelectual en el ámbito de la política, los fanatismos de otra estirpe originaron una nueva en esta ciudad, encontrando en el arte y la religión ocasión para llamar la atención de moros, cristianos, ateos y más mundanos distraídos de la fe y del arte.
El moronasantiaguino Eduardo Moscoso expuso su última obra artística en el Salón del Pueblo denominada “The Temple of Arutam” que duró desde el 1 de febrero hasta el 4 de marzo. No había mayor llamamiento hasta que un grupo de místicos comenzó a hacer escándalo, aduciendo que es una profanación atentatoria a sus creencias y que ofende a las imágenes religiosas, pero se encontró con otro que defendía la libertad del arte con iguales humos.
El último día de exposición los piadosos se apostaron al pie del Salón del Pueblo y los libertarios, al pie de la Catedral Nueva. Oraciones de la una orilla y cánticos de la otra se esparcían por los vientos gélidos a desaparecer en la troposfera; mientras dentro del cenáculo el artista explicaba que su obra no es religiosa sino simbólica. Pero, claro está que los símbolos representan una relación de identidad con una realidad, generalmente abstracta: Arutam es una entidad espiritual dentro del pueblo shuar, expresión del poder divino en su cultura.
Cuando veía los cuados de Moscoso, me vino a mente la pintura de Lucas Cranash que representa a Adán y Eva en el Jardín de Edén: la manzana simboliza el fruto del Árbol de la Sabiduría (no el sexo, menos el organillo de uno de ellos); Satán, que adapta la forma de una serpiente, se vale de una manzana para tentar a Eva. Todo el cuatro tiene su antecedente bíblico, imposible de deslindarse.
Como lego en la crítica del arte, me adosaré al pensamiento de Ernst Gombrich que decía:” Hay tantas cosas dentro del arte que nada se sabe” y de Omar Calabrese: “El arte mantiene siempre alguna parte resistente al análisis”. El arte es una creación y un valor emotivo, y la obra de Moscoso si no crea, sí emociona; de hecho, ha producido un goce estético y ha conmovido, a tal punto que su nombre se ha popularizado. En fin, la obra de arte, cualquiera que esta fuera, es necesario para la vida del hombre y por ello, hay que juzgarlos desde su aporte a la sociedad. (O)