Su gran obra está sembrada en porciones noveladas. Son textos palpitantes que brotan del sol y del diluvio. Antes que salvar las apariencias, se desvisten las mismas. Su matriz autobiográfico se articula con el eslabón etnológico. Es una especie de repertorio que arranca desde la crianza, y que se despliega en una cíclica declaración de aconteceres. Siempre la foto de su raza, de la cual juró vengar. Y, sí que lo logra a través de estas claves escriturales (su “pequeña victoria”) que franquean lo transpersonal, ya que su yo traspasa el tamiz social. Esto, nutriéndose de una posición ideológica y reivindicativa en tanto al género, sin que afecte en lo mínimo el pulso estético. Es que lo que a Ernaux (o Annie Duchesne en su soltería) le incumbe es objetivar su credo, contando para ello, con la democratización de la grafía. La misión suprema es escribir dentro y fuera del ser; concebir las palpitaciones y asumir la enmarañada existencia desde el activismo narratológico. Sus preocupaciones no son casuales, sino el resultado del constante desplazamiento evocador con retorno prosístico, que le sirve para constatar el ayer, y situarlo en una esfera vital y urgente que gire en lo verídico. Tal como confirma la Premio Nobel de Literatura 2022: “Encontrar las palabras que contuvieran a la vez la realidad y la sensación procurada por la realidad, iba a convertirse, y hasta hoy, en mi preocupación constante al escribir, fuera cual fuera el objeto”.
Las asimetrías se encuadran en un apocado estado de asimilación, cuyo punto de fisura está en los orígenes de la progenie. El contorno social la expulsa, a la vez que la integra gracias a su denodada formación intelectual (Bourdieu, Beauvoir, Genet, Sartre, Woolf).
Francisca Romeral Rosel resalta que su novelística en conjunto es un modelo palmario de formas renovadas para comprender la literatura, fusionada a través de tres aristas: la sociología, la historia y las propias letras, en un concluyente boceto de autorreferencialidad.
Una secuencia al unísono y espontánea con la posibilidad de mutar las cosas y sensaciones, frente al convencimiento de que “escribir es retener la vida”. (O)