Decíamos en el artículo anterior que Luis Corral habla de sus contemporáneos -los nuestros también, cuando pasamos de 70- a veces, como en el poema en homenaje a los Tzántzicos, nombrándolos; pero ocurre también que a los que se han ido, solo los evoca, aunque no los mencione en su vuelo, pero ellos: Agustín Cueva, Bolívar Echeverría y otros, vienen a nosotros por la calidez de los poemas en los que los vemos y sentimos;
porque, de alguna manera están o estuvieron en esas palabras, en esos silencios, en alguno de esos autores a los que amaron, y que Luis precisa, y trae, a veces, desde el olvido y el callado mundo, con una magia, con un certero oficio, adquiridos sin aspaviento alguno, a lo largo de décadas de arduo trabajo sobre la palabra.
Todo eso forma, conforma la generación, amor y desamor, presencias y ausencias de personajes y de obras, lo que hizo nuestro ser y lo deshizo, las minucias que se fueron acumulando corazón adentro, las que desdeñamos y las que se empozaron, pese a los rechazos conscientes, quedándose, formando esas secretas pirámides del sentimiento.
¡Ah, poeta grande, querido Luis Rafael Corral Cordero, quiteño de adopción, pero de raíces hundidas en lo más secreto de una Cuenca conservadora y tradicional!. ¡Hombre de rupturas y rebeldías, quién mejor que tú, tu rebelde hermano y tus compañeros de lucha para saber de todos estos misterios del espíritu humano y sus extraños laberintos y transformarlos un día en soberbia poesía!
Marco Antonio Rodríguez, con sutil perspicacia ha sabido captar todo ese mundo secreto, en el prólogo incomparable de tu libro. Él, que vivió de cerca los memorables 60, puede darnos una visión apasionada y certera de ese universo múltiple y diverso y acercarnos a la maravilla de tu producción.
¡Gracias a ti, gracias a él, por el regalo magnífico de tanta belleza junta y su desciframiento! Ahora solo queda el placer infinito de leerlos a los dos. Termino este acercamiento a tu libro con tus versos: “Tigre, tigre te veo en la orilla del Toba,/ taimado, salivero./ No husmeas la mañana ni la presa/ husmeas el peligro de muerte./ ¡Es claro que no eres el mismo/ de antes! Pero te digo: tampoco es el tiempo de antes./ Este es un tiempo aciago./ Pronto serás el que solo está en el verso.” (O)
(Poema EL TIGRE DEL VERSO).