No puedo imaginar lo que debe ser vivir un ataque armado, que en medio de la merienda, escuches cientos de disparos, gritos, vehículos que huyen, y luego, el silencio, el miedo, la incertidumbre. Esperar que todos en casa estén bien, que nadie salió herido, que los daños solo son materiales. Que se haga realidad lo que vemos a diario en películas y narco novelas.
La noche de terror que se vivió en el cantón El Triunfo no está distante de lo que puede pasar en cualquier otra ciudad del país. Sin embargo, llena de impotencia y de dolor oír noticias cargadas de ironía, sarcasmo y analogías en donde nos colocan como actores de relleno en una película al mero estilo de El Padrino.
Irónico que, en medio de esto, se haya disminuido el impuesto de armas y municiones, y que por otro lado se plantee endurecer la ley para que niños y adolescentes cumplan condenas similares a las de los adultos, porque claro, es más fácil plantear que los niños son criminales, y no que son víctimas de un sistema criminal, y que aquí nadie tiene armas de grueso calibre.
El sicariato, más allá de a quién busque matar, invade al país como lo hace cualquier otra estrategia de terror y control no oficial, muchos no lo quieren ver, y el gobierno no sabe cómo frenar su crecimiento y poder. Parece que solo nos queda esperar, y no tener que vivir esta experiencia en nuestra vereda sin que nadie haga nada. (O)
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