En su libro Fluir: una psicología de la felicidad (1990), el psicólogo húngaro estadounidense Mihály Csíkszentmihályi, manifiesta que el mejor momento de la vida de una persona es cuando está inmersa en una actividad que requiere un alto grado de concentración, en la que se pierde el sentido del tiempo y se siente una gran satisfacción por el esfuerzo realizado. Esa es la esencia de su teoría del flujo, la que sugiere que cuando realizamos una actividad que es desafiante pero alcanzable, experimentamos una sensación de satisfacción y fluidez que mejora nuestra productividad y bienestar general.
Se ha comprobado que empresas que permiten ambientes en los que sus empleados pueden fluir, consiguen mayor compromiso, rendimiento y eficacia, lo que beneficia a empleados y empleadores; pero para que las cosas fluyan, se necesita confiar en los empleados y tender a entornos centrados en el cumplimiento de objetivos, más no de rigurosas reglas, las que lejos de mejorar la productividad y bienestar de los empleados consiguen una baja motivación, estrés, ansiedad y falta de creatividad e innovación.
Como Douglas McGregor planteó en su libro El lado humano de las organizaciones en los años 60, hay dos tipos de gerentes: los de la teoría X, que creen que los empleados son perezosos, no les gusta trabajar y necesitan ser controlados y supervisados en todo momento, y los de la teoría Y, que creen que los empleados motivados, disfrutan de lo que hacen y pueden trabajar de manera autónoma sin una supervisión constante. Evidentemente, las cosas fluyen de mejor manera en una gerencia basada en la teoría Y, sin embargo, es muy común líderes que manifiestan su necesidad de poder a través del control a los demás y reglas sin sentido (McClelland, 1960). (O)
@ceciliaugalde