No quisiera morir …

David Samaniego Torres

Estamos inmersos en la Semana mayor. Hoy es Miércoles Santo. Los latinos mayores, en especial los ecuatorianos, llevamos muy dentro del alma sentimientos cristianos anclados en una fe más o menos profunda y respaldada por costumbres de vieja data. El ayuno, la cena del Señor, los viernes de abstinencia, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús son palabras y conceptos muy cercanos a nuestros hogares, en especial a esas vidas que tienen conciencia de haberlas vivido.

-No quisiera morir en un Ecuador cuesta abajo, perdido en la vorágine de la caída, imposibilitado de asirse a un algo que asegure su redención.

-No quisiera morir en un país sin niñez ni juventud preparadas para   convertirse en jóvenes y adultos que sepan a dónde dirigirse, que posean valores que los sustenten y que tengan su brújula dirigida hacia un destino superior.

-No quisiera morir en un país en el cual los padres de familia perdieron la esperanza de educar a sus hijos, porque no pudieron ni quisieron formarles en sus hogares y permitieron que costumbres extrañas y nocivas diesen al traste con valores y propósitos.

-No quisiera morir en un país alejado de sus metas y principios, entregado a costumbres insanas, fácil para el vicio e imposible para el honor y la fe; no quiero morir en un país cuesta abajo, sin brújula ni derrotero

-No quisiera morir viendo que no surgen generaciones emparentadas con el bien y sus valores; siendo testigo de espejismos que niegan lo sano y endiosan a todo lo que suena a frivolidad.

-No quisiera morir en un Ecuador falto de fe, en un país que renegó de sus costumbres cristianas y que pisoteó sus basamentos morales.

Me temo, lectores de El Mercurio, que mis ‘no quisiera morir…’ puedan entenderse como un secreto deseo de inmortalidad porque, así como veo el devenir de nuestro amado Ecuador no voy a ser testigo de un Ecuador respetuoso de valores humanos, amante y defensor de sus tradiciones, con una juventud preparada para grandes realizaciones y con líderes sociales dispuestos al sacrificio personal en aras del bien de la juventud.

Hemos escogido el descenso brusco cansados ya de tantos resbalones. Dejamos de creer en la Palabra para estar atentos a promesas que no se cumplen, a sueños imposibles, a peligrosos juegos donde se apuestan valores y se enajenan horizontes.

¡SEMANA SANTA: ayúdanos Señor, nuestra barca se hunde! (O)