Educar para la paz ha sido siempre un desafío en el proceso educativo, porque constituye la base para edificar una cultura de paz.
La importancia de adjudicar este compromiso a la educación es porque en él convergen diversas formas de pensar y de asumir las realidades; también aquí, es posible aportar a un proceso de cambio de mentalidad, de actitudes individuales y colectivas, mediante el abordaje de teorías y conceptos que lleven a la reflexión a favor de la construcción de la paz.
La paz se define como una situación o estado en que no hay guerra ni luchas entre dos o más partes enfrentadas. Por su parte, la Asamblea General de las Naciones Unidas (1999), entiende a la cultura de paz como aquella que se caracteriza por actitudes, formas de conducta y de vida, y valores basados en el respeto a la vida y dignidad de las personas; esta entidad llama a la promoción y la práctica de la no violencia, por medio de la educación, el diálogo, la cooperación, igualdad de derechos y oportunidades, libertad, justicia, aceptación de diferencias y solidaridad. En estos procesos es donde la educación debe contribuir a repensar las nuevas formas de relaciones humanas y sociales.
Identificar los errores y trabajar constantemente para generar cambios en las estructuras sociales es una tarea titánica que requiere educación, participación y acción. Lo primero por hacer es revisar el proceso pedagógico que lleve a desaprender la violencia; y, luego, trabajar en principios que fomenten la cultura de paz que deseamos, empezando por aprender a conocernos, a vivir juntos y con los otros.
No perdamos la fe en el ser humano ni la esperanza en una educación transformadora; no nos quedemos en la indignación, al contrario, asumamos el compromiso de vencer la violencia desde nuestro ser, desde nuestros espacios. (O)