Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: “¡no mueras, te amo tanto!”. Mario Jaramillo ha muerto al fin de la batalla y Cuenca entera le habrá repetido las palabras del poeta Cesar Vallejo. ¡A Mario lo conocí desde siempre!
Como profesor, más tarde, como colega, en el trabajo editorial de El Mercurio, en los espacios creados para la amistad, y en cada uno de ellos, nos deja un gran vacío.
De Mario recuerdo sus clases de Historia del Arte, preciso, concreto, claro, iluminado, y siempre, con agudos matices de humor. Fue un catedrático a carta cabal y, por ello, su dedicación a la enseñanza lo condujo al Ministerio de Educación, al Decanato de Filosofía y Letras en la Universidad de Cuenca y al Rectorado en la Universidad del Azuay.
Cuántas páginas compartidas con él, en esos escenarios de la Academia. Sus artículos en Diario El Mercurio, orientadores siempre, por su claridad y oportunidad temática. Su acertada opinión fue siempre atendida por propios y extraños. Cuando su batalla se agotó, sabemos que nos deja el legado de la rectitud y del bien, en su más amplio sentido, cuando estas virtudes casi están por extinguirse. ¡El recuerdo de Mario Jaramillo Paredes permanecerá latente en quienes lo valoramos a plenitud! (O)