En una reciente tarea realizada en nuestra ciudad con estudiantes de primer año de universidad que debían describirse a sí mismos a través de 10 características, me llamó la atención el alto porcentaje de ellos que incluyeron entre estos rasgos a la procrastinación, es decir, la acción o hábito de retrasar o posponer actividades, tareas, deberes o responsabilidades por otras actividades que resultan más gratificantes, o por evitar hacer cosas que parecen difíciles, estresantes o preocupantes; como mencionó en el Dr. Dhabhar del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Miami en 2022, quien además menciona que un poco de procrastinación puede conducir a más procrastinación y que en general esto puede reducir el rendimiento, la productividad y la creatividad.
Lo que resulta irónico es que procrastinamos para evitar tareas que son por distintos motivos no deseadas, y eso nos da en su momento una satisfacción temporal. Sin embargo, con el paso del tiempo la procrastinación crónica tiene efectos destructivos en nuestra salud mental y física que incluyen estrés crónico, angustia general psicológica y baja satisfacción con nuestra vida, síntomas de depresión, ansiedad, e incluso hipertensión y enfermedades cardiovasculares (Lieberman, 2019).
Posiblemente la procrastinación es el ejemplo perfecto del sesgo del presente desarrollado por Richard Thaler, ganador del Premio Nobel de economía en 2017, quien plantea que este sesgo es una tendencia cognitiva que se refiere a la inclinación del cerebro a pensar en el ahora y a buscar la recompensa inmediata en lugar de la gratificación futura o a largo plazo, lo cual ciertamente ocurre con alarmante frecuencia en esa búsqueda constante por una dosis de dopamina a la que nuestro cerebro se ha acostumbrado. (O)
@ceciliaugalde