Democracia despótica

Ante la situación que viven países latinoamericanos, cobijados disqué bajo el manto abrigador de la democracia, es bueno detenerse para ver qué pasa en algunas patrias en donde se cometen las más perversas atrocidades. Ni los que dicen defenderla quieren, o no pueden, replantear el concepto del término y menos proponer proyectos que eliminen la putrefacción de sus entidades. Los procedimientos que rigen la democracia en estos países, parecen agotados y meritorios de modificarse.

Si un cantante de Pueblo Nuevo dijo que la teoría del “Espíritu de las leyes” del Barón de Montesquieu es desfasado y que, por ello, él y los de su Escuela de manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes, fantasearon dos nuevos poderes del Estado para el sostenimiento del socialismo babélico, utópico-pragmático-cristiano y belga del siglo XXI, nosotros por qué no hemos de pensar trazar nuevas orientaciones sobre ella.

Al ideólogo de la Revolución Ciudadana, Galo Mora, ayer como hoy le refutamos exponiendo que el desvelo de filósofo y jurista francés no fue la separación del poder, sino el abuso del poder, es decir el DESPOTISMO, que no se identificaba, como entendemos hoy, con la dictadura, sino con la corrupción de cualquier gobierno. En algún acápite sustenta: “La monarquía degenera en el despotismo de uno solo; la aristocracia, en el despotismo de varios; la democracia, en el despotismo del pueblo”.

Montesquieu creía en la monarquía más que en la democracia, porque creía que ésta admite más contrapesos, quizá por su piedad religiosa; mientras la democracia conduce a un despotismo más atroz, porque se llega “no solamente cuando se pierde el espíritu de igualdad, sino también cuando se adquiere el de igualdad absoluta, y todos apetecen ser iguales”, que favorece a las oligarquías corruptas, que “buscan cómo corromper al pueblo para ocultar su propia corrupción”.

Esto mismo es lo que está sucediendo con nuestra falsa democracia. Si ayer se cuestionó es despotismo al no existir control al poder, hoy pasa lo mismo, porque nadie reconoce autoridad de nadie. Y cuando no se reconoce la autoridad de nadie, cualquier liderzuelo de dentro o fuera, actúa impunemente, influyendo en sus estructuras para poner y quitar jueces con acuerdos en el cogollo democrático.

Y la masa cretinizada, en vez de rebelarse contra el despotismo democrático, sigue a los avivatos para romper a sus estructuras y alzarse con el poder despótico.

¿Hace falta una nueva Constitución? ¡En ningún tiempo más que en éste! (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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