Oscuridad y dolor

La vida es como una isla en un océano de soledad, una isla cuyos macizos de roca son esperanza, cuyos árboles son sueños, cuyas flores son soledad y cuyos arroyuelos son sed.

Por muchas que sean las naves que zarpan de nuestras costas rumbo a otros lugares, por innumerables que sean las embarcaciones que acarician nuestras playas, seguimos siendo una isla solitaria con ansias de paz, amor, solidaridad, democracia y libertad.

Cotidianamente llega la noche a nuestras vidas como un gigante erguido entre las nubes pequeñas del poniente, coronada por la luna, vestida de silencio, mirando con cientos de ojos la profundidad de la vida.

La noche es el supremo y justo Juez, que pone bajo las alas del sueño, los anhelos de los débiles y de los poderosos, es la mano amorosa que cierra con sus dedos invisibles, los párpados de los infelices y conduce sus corazones a un mundo menos cruel que el que vivimos.

Era una noche del año 2009 mientras el velo del sueño cubría mis cansados párpados, mi fatigado corazón se despidió de mí, para irse a la morada del silencio; y la satisfacción se fue a predicar su evangelio en los parques y avenidas de la ciudad, donde gobiernan la avidez, la corrupción y la delincuencia.

Fue una noche, pasada en medio de profundos pensamientos, llegó la mañana, se había disipado la tempestad, el cielo estaba claro, las montañas y las campiñas reflejaban los rayos del sol; no me imaginé el grave peligro que iba a enfrentar al siguiente día.

Al recordar que ese año transité obligadamente la ruta del dolor al encontrarme frente un delincuente armado, y ante la falta solidaridad de quienes observaban pasivamente el “espectáculo” callejero, comparto con ustedes amables lectores lo que escribió un prisionero anónimo del campo de concentración de Ravensbruck, citado por Deidre Combs en su libro (El peor enemigo el mejor maestro). “Oh Señor no te acuerdes sólo de los hombres y mujeres de buena voluntad, sino también de los de mala voluntad; no te acuerdes del sufrimiento que nos han infringido; acuérdate de los frutos que hemos adquirido gracias a ese sufrimiento: Camaradería, lealtad, humildad, valentía, generosidad y la grandeza de ánimo que han surgido en nosotros por ellos; y cuando los juzgues, que estos frutos que hemos recibido sean su perdón”.

Los tiempos difíciles nos hacen conscientes de la realidad tal como es. Todos estamos siempre en peligro, pero en los tiempos normales muchos están dormidos y no se dan cuenta de la oscuridad que les rodea.

A través del dolor nos conectamos con la tristeza de otra persona aprendemos lo que es la ternura, la compasión y la tolerancia. (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba