París.- La campaña de reconciliación del presidente francés, Emmanuel Macron, con la calle se enfrenta a la hostilidad de una parte de la población, que le ha recibido con caceroladas en una muestra de las cicatrices que se mantienen abiertas por la crisis provocada por la reforma de las pensiones.
A punto de cumplirse un año de su reelección, el inquilino del Elíseo necesita relanzar su mandato, asfixiado por el rechazo popular y por la falta de mayoría parlamentaria que compromete toda su acción de Gobierno.
«El reto es recuperar la iniciativa política, algo que necesita un presidente que ganó las elecciones con una imagen de permanente reforma, de estar siempre en marcha», asegura a EFE el director del observatorio de opinión de la Fundación Jean Jaurès, Antoine Bristielle, en referencia al movimiento político que Macron fundó en 2016.
Para eso necesita cerrar la crisis provocada por una reforma de las pensiones aprobada de forma abrupta, forzando al máximo los mecanismos parlamentarios y en medio de una enorme contestación popular que los grandes sindicatos y buena parte de la población quieren seguir alimentando.
El jefe del Estado y buena parte de su Gobierno han multiplicado los encuentros con ciudadanos, momentos que los más hostiles contra la reforma han aprovechado para mostrarles que el combate continúa.
Eso se ha traducido en lo que algunos han dado en llamar la «revolución de las cacerolas», el instrumento utilizado por los protestatarios para hacerse escuchar a la distancia impuesta por las autoridades, que en un giro algo grotesco llegaron a prohibir su uso y el de cualquier otro instrumento ruidoso en las proximidades del presidente.
Más allá de las anécdotas que se han vivido, el pasaje muestra bien que Macron no tiene ante sí una tarea sencilla en los cuatro años que le quedan por delante.
«Está utilizando la misma estrategia que usó para superar la crisis de los ‘chalecos amarillos’, la de entrar en contacto directo con el pueblo», señala Bristielle, que considera que «esta vez es menos probable que le dé resultado porque la fractura con la población es más evidente que entonces».
Además, el presidente se arriesga a galbanizar más la imagen de autoritario que tiene y a que alguna de las frases punzantes que utiliza en sus diálogos con los ciudadanos, profusamente mediatizados, se vuelva contra él.
«Los huevos y las cacerolas son para cocinar», lanzó el pasado jueves al comité de protestatarios que le recibía en Alsacia.
Macron ha llevado al extremo su concepción vertical del poder, en la que él decide y él mismo rinde cuentas ante los ciudadanos, una receta que, ahora, puede salirle cara, desarrolla el politólogo.
Sin un partido fuerte que le respalde y con la voluntad de prescindir de otros interlocutores, como los sindicatos, el presidente se coloca frente a frente ante la hostilidad del pueblo, lo que puede generar una receta explosiva.
CAÍDA DE LA POPULARIDAD
Las encuestas ya han empezado a reflejar el deterioro. Su popularidad se ha desplomado y atrinchera en los más fieles, un cuarto de la población. Pero ya han aparecido algunos sondeos que indican que en caso de repetición de un tercer duelo presidencial contra Marine Le Pen, la líder ultraderechista sería la ganadora.
Macron dejó claro frente a una manifestante que no tiene previsto por ahora dimitir, lo que aleja esa opción, pero su ausencia de mayoría en las cámaras y las dificultades que está teniendo para encontrar alianzas sólidas en otros partidos, mantienen viva la hipótesis de un adelanto de las legislativas.
Un escenario que tampoco le es favorable, puesto que en un año el presidente ha visto como su partido pasa de ser el más votado al tercero en intención de voto, tras perder cuatro puntos (22 %), lo que le sitúa por detrás de la coalición de izquierdas lanzada por Jean-Luc Mélenchon, que mantiene su 26 %, y de la extrema derecha, la gran beneficiada de esta crisis, que gana 8 puntos y alcanza el 26 %.
Le Pen recoge los frutos de una crisis social que la izquierda, opina Bristielle, no ha sabido capitalizar «quizá porque ha sido demasiado radical en las formas».
La ultraderecha, agrega, se mueve bien cuando las instituciones entran en crisis y ganan en impopularidad y la población se muestra abierta a probar «recetas nuevas». EFE