Decíamos que volveríamos sobre el tema, al hablar sobre el último de los importantes personajes fallecidos en este período triste, Mario Jaramillo Paredes, y así lo haremos, en efecto.
Mario había nacido dos años antes que yo, en 1945, pero era precoz, pues cuando estuve en segundo o tercer grado de la Escuela “Luis Cordero”, él ya estaba en sexto.
En efecto, el plantel ocupaba el espacio que actualmente usa la “Dolores J. Torres”, en la calle “Luis Cordero” y “Juan Jaramillo”, y era un edifico bastante deteriorado. Don Luis Nivelo, severo maestro de dibujo, controlaba, en los recreos, por cuenta propia y correa y mano, que los más pequeños no pasáramos de ciertos límites en los en los patios, pues había paredes en ruinas. Las aulas estaban también bastante deterioradas; por eso los de uno de los segundos recibíamos clases en el salón de actos, el día en que se vino abajo el escenario, con el pánico general y la estampida de los alumnos. Los de sextos, entre ellos Jaramillo, quedaron aislados en una aula de clases que perdió la escalera. Él recordaba que los bomberos los rescataron de su aislamiento en el viejo inmueble. Poco tiempo después nos cambiamos de casa al inconcluso inmueble de la “Tomás Ordóñez” y “Honorato Vázquez”.
Solíamos evocar, sonriendo, esos viejos tiempos, con Mario, cuando empecé a estudiar tardíamente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuenca, y tuve la suerte de que él fuera mi profesor de Historia y, sobre todo, de Historia del Arte. Él nos hablaba del arte Paleolítico, de la pintura rupestre, de esas Venus de piedra, esos templos de mármol blanquísimo, de estilizadas columnas, y esos cuerpos de diosas y dioses que buscaban la perfección en estatuas y relieves, como luego del arte Románico y Gótico, con un amor, una pasión, una ternura contagiosos, para enamorarse y que nos enamoráramos y lograr que nos apasionáramos por sus soñados Botticcellis, Rafaeles y Miguel Ángeles, pintados o esculpidos, como las cimas de la perfección, tanto, que ya solo vivíamos para ansiar conocerlos un día y poder contarle “estuvimos con ellos”; tanto era el énfasis que ponía en cada una de sus descripciones, como en cada pieza del Romanticismo, el Realismo o el Impresionismo. ¡Seguro que estará en muy buena compañía, para siempre! (O)