¡Qué desperdicio!
Se me van las horas y los días les siguen atrás. Se van cargados de tristezas. Llevan al hombro promesas incumplidas. Saben que el tiempo les fue huraño y saben también que les tocó vivir en un mundo desabrido que perdió sabor.
Prometí olvidarme de las horas negras y dejar de un lado los telones grises para encontrarme con un cielo pintado de azul, con un horizonte con luz y colores y dentro de mi con un espíritu dispuesto a vivir intensamente los bienes de este mundo, a disfrutarlos y encontrar maneras de eludir negruras que son parte de nuestra valija personal.
Una vez más las promesas quedan en el camino. El pantano de las circunstancias las engulle y los propósitos se convierten, reiteradamente, en tareas pendientes. Si estas páginas de El Mercurio están llamadas a reflexionar sobre el presente y avizorar el futuro, es entonces ineludible volver sobre temas no deseados y tratar de encontrar luces cuando la oscuridad se adueña, con voracidad, de nuestro Ecuador. Unas pocas razones que justifiquen este preámbulo no deseado.
¡Qué desperdicio de jóvenes y adultos entregados a su mundo particular y privados de una visión global de patria porque conocen que el país está cuesta abajo y miran para otro lado; porque conocen que, sin su concurso efectivo, en la cancha y batiendo barro, ¡nada se puede hacer para apalancar el futuro! Como nunca se tiene una visión clara de lo que se viene, pero el miedo y el egoísmo los ha arrinconado a su pequeño universo personal y han logrado desentenderse suicidamente de aquello que interesa a la nación. Vale en este punto preguntarnos por la causa de esta debacle. ¿La Madre Patria engendró acaso hijos listos para inmolarla, prontos a renegar de un pasado decoroso y entregarse en manos de seres privados de valores humanos y cívicos?
Nuestra indiferencia, sí nuestra, de ustedes y la mía, es la raíz o madre de todo aquello de negativo que estamos viendo que sucede en nuestro Ecuador. Sí, estamos viendo, de lejos, como espectadores, como que eso no es con nosotros y, esa indiferencia, llámese quemeimportismo, es la autopista que nos conduce a la cobardía. A la hora de la hora, cuando debemos actuar, cuando es imperioso hacer u opinar, nos hacemos a lado, el bien sucumbe, las posibilidades de solución mueren y triunfa el mal. ¿Nacimos para vivir en un rincón? (O)