90 segundos

Cada vez que nos sentimos amenazados o vulnerables deseamos aterrizar con ansias sobre un terreno estable, certero, un suelo firme sobre el cual pisar. Esa necesidad, casi siempre, se apuntilla en tiempos inseguros y enrevesados como los que vivimos hoy día. Es un hecho que nada permanece de una misma manera por siempre, incluidos nosotros, nos demos cuenta de ello o no. Sin embargo, la lucha entre la realidad y lo que deseamos que suceda es, en ocasiones, desgastante.

La impermanencia que menciona el budismo nos dice que todo cambia continuamente. Que esa es la única constante de la vida. Pero lo que nos angustia es querer que las cosas sean permanentes. Esa resistencia es como si algo nos apretara por dentro. La ironía es que no valoramos lo que sí tenemos, preocupándonos en un futuro que aún no llega.

El camino más fácil para evitar la preocupación es buscar la salida más rápida que nos aleje de lo que nos perturba o incomoda. Abrimos puertas que nos ofrecen seguridad momentánea como el trabajo, el licor o pasar horas conectados a las redes sociales como zombies. De esta forma no encontraremos apartar el desasosiego. Los temores y sus fantasmas aparecerán irremediablemente, cuando menos los esperemos. Eludir el dolor y asirnos de lo placentero es el gran conflicto que hermana a los seres humanos.

Recién aprendí que emociones como el enojo o el temor son respuestas automáticas que sólo duran 90 segundos desde el momento en el que surgen hasta el fin de su trayectoria. ¡Un minuto y medio lo es todo! Si la energía negativa permanece más tiempo con nosotros es porque la replicamos y, así, impedimos que nos deje. La alimentamos por épocas e incluso años hasta que se convierte en una rutina mental que nos va minando de a poco.

Por todo esto es más sano aceptar la ambigüedad en la que vivimos en vez de querer escapar de ella. La salida se encuentra confrontando lo que nos molesta. Cuando las emociones o pensamientos que evadimos se nos presentan, lo sensato es reconocerlos y explorar las sensaciones que nos producen y soltarlas en lugar de darles vueltas en la cabeza sin que esto nos ayude para nada.

Lo que sí ayuda es darle a la emoción nuestra atención durante esos 90 segundos para reemplazarla por alternativas como la gratitud, empatía, gentileza o compasión. Cambiar de chip mental. Y quedarnos con él.  (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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