En realidad, hay tantos, que es preciso explicar la razón por la cual escribo sobre este y no acerca de los otros. ¡Por los muertos! Por los cuerpos que son arrojados ahí, ya sea porque quienes lo hacen saben que es un buen lugar por su fácil accesibilidad y ausencia total de vigilancia o, porque la sordidez del mismo, producto de su macabra utilización, se preserva a sí misma secundada por quienes ven a ese sitio como propicio para dejar cadáveres y cometer acciones oscuras y criminales, sin que la comunidad vea ni conozca de acción pública alguna dirigida a controlar ese estado de cosas y a revertirlo para volver a niveles básicos de civilidad y habitabilidad.
Este lugar abandonado a su suerte, es el camino que aguas abajo del río Cuenca, va desde el Hospital del Río hasta la vía que saliendo de la Panamericana Norte se dirige a la parroquia Paccha. Es una calle de tierra, con construcciones que no respetan la normativa legal y precarizan el sector, desatendida, a la que los bandidos le han dado una identidad sórdida producto de sus impunes fechorías y de la nula respuesta pública, pese al clamor de quienes viven ahí que piden detener el horror con soluciones, que además del control policial, pasan por contar con adecuada iluminación y arreglo de la calzada que, en algunos tramos, es solamente la mitad de lo que fue porque se ha desmoronado por efecto de las lluvias y la erosión producto de las crecientes del río.
Siempre se debe intervenir y cuidar. Hacerlo en este lugar postergado de Cuenca, no supone una inversión mayor, sí exige en cambio, compromiso cívico y solidario para que ese espacio que podría ser tan armonioso como lo es el de la orilla del frente, el de la calle Roma, se convierta en eso. Por ahí pasaba el tren que venía de Azogues y llegaba a la estación de Gapal. (O)