Después de más de un año y medio de una política polarizada, llegó la hora. Las nuevas autoridades están calentando motores, porque ahora empieza lo bueno. Lo que hablaron en campaña, es momento de ejecutarlo. Ojalá lo hagan, de lo contrario quedarán en la historia como los que se van. Aunque algunos son tercos, sí, a pesar de haber perdido, han conseguido acomodarse en un puestito. Ya sabe, hay que raspar hasta lo último de la olla.
Nuevas caras, algunas conocidas y otras repetidas, están listas para trabajar por la ciudad y la provincia. Han dicho que llegan con un modelo de gestión nunca antes realizado, que lucharán contra la corrupción y que los intereses ciudadanos están por encima de cualquier otro.
Recuerdo que hace cuatro años, los que se van, decían lo mismo. Que ganarían el sueldo básico, implementarían normas ISO, optimizarían el gasto corriente y que no habría contratos millonarios de publicidad. Era un relato maravilloso. La gente se decantaba por semejantes ofrecimientos. Lo que iba a pasar en la ciudad era un proyecto para transformarla en una verdadera metrópolis.
Pero, ¿qué pasó? Quién sabe. Todo lo prometido quedó solo en palabras. Si no me cree, compruébelo usted mismo. Vaya a buscar el nuevo terminal terrestre, la remodelación del estadio, los megaparques. Ah, perdón, si inauguraron unos cuantos, pero eran de la administración anterior. Y así, algunas promesas de campaña que quedaron en algún papel redactado por unos cuantos vanidosos.
Pero eso sí, esta municipalidad saliente nos deja un recuerdo que jamás olvidaremos: un jugoso contrato de radares. Un asalto a los cuencanos. La ciudad ha quedado embanderada con estos equipos. Millones y millones de dólares facturará un privado, el cual ha dicho que montó este proyecto para precautelar la vida de los ciudadanos. ¡Qué tomadura de pelo! (O)