Es la emoción que aflora en los momentos donde concluye una etapa y se cierran procesos. Nos sumimos tanto en la dinámica de trabajar que el final del ciclo, de pronto, se da el interés de mirar el entorno y a las cosas más sencillas de la vida. Entonces, nada más hermoso, que una fotografía capte ese momento de una cálida y sincera sonrisa.
Somos como el agua siguiendo su cauce, nadie tiene trazado un camino porque la vida nos exige recorrer, vivir y trascender; pero en esa magia de vivir uno debe quedarse con lo mejor del otro ser humano. Siempre hay que algo que aprender y agradecer por lo tanto agradezco a Dios por haberme dado un propósito en la vida; mismo que lo sigo trazando, construyendo y tratando de esmerarme para que esa sea mi mejor masterado.
Agradezco el hogar que me cobijó porque en su calor tuve las bases para enfrentarme a los caprichos de una vida con obstáculos, tristezas y alegrías. También, a ese vientre que me acogió y luego, con toda esa juventud de madre me dio su amor incondicional.
A mi padre por enseñarme tempranamente a amar las letras, mismas que se convirtieron en una pasión me ha permitido tener una profesión. A mi esposo, quien es ese compañero de vida, ese testigo y cómplice de risas y llantos; a Heidy y Antonella; quienes me enseñan a ser mamá.
A mi abuela, quien sin palabras me conduce con su ejemplo a la bondad, el amor y la perseverancia para luchar, a esos amigos que desde su distinta formación, intereses y gustos han aportado a mi crecimiento y cristalización de sueños.
A quienes me han dado la oportunidad de ir descubriendo quién soy, a la gente de la ruralidad por su bondad y generosidad de abrigarme con comida caliente en esos lejanos territorios de clima frío, de nuestros bellos paisajes del Azuay.
En estos días en ese estrés de un proceso de transición he experimentado una explosión de emociones y he sentido abrazos cálidos dados desde el corazón; con estos me quedo para iniciar otra etapa reconociendo que todo lo vivido fue estrictamente necesario para crecer. (O)