Si antes había dudas, ahora no. El decreto publicado para activar el instrumento de disolución de la Asamblea Nacional y convocatoria a elecciones, conocido como Muerte Cruzada, deja, ahora sí, en conmoción interna y grave crisis política al país. ¿Cómo llegamos a esto? A fuerza de pulso. Fueron dos años de equivocaciones, bajo una gestión política -tanto de la Asamblea como del Ejecutivo- que perdió rápidamente la legitimidad del apoyo popular al ser percibida como deficiente y alejada de las necesidades de la ciudadanía
La Muerte Cruzada es la evidencia del fracaso de la clase política ecuatoriana por no poder conciliar, en primer lugar, con la población que debería ser la primera voluntad para tomar en cuenta. Llegar a Quito, ya sea a la Asamblea o a Carondelet, no puede ser signo de lejanía sino una oportunidad para reafirmar identidad. El Ejecutivo no entendió que al ser gobierno también debe ser responsable de la calidad de la relación con la oposición. Denostarla sin evidencias o sobre la base de argumentos que luego terminan en contradicciones sólo lastiman la credibilidad del mandatario y ese atributo es fundamental para la gobernabilidad. Se perdió el valor de la voz presidencial, se perdió popularidad, y de allí todo se fue a pique porque la fragilidad del gobierno, junto con la miopía política y poca capacidad de escucha del mandatario, impidieron tender puentes en el momento oportuno. Al contrario, los quemó todos.
La Muerte Cruzada es la expresión del fracaso de la Asamblea Nacional. No solo por la baja popularidad. A estas alturas compiten, junto con la legislatura anterior, entre quién hizo menos gestión o quién ocasionó más daño político al país. Las estadísticas del registro parlamentario acumulan resoluciones, preseas y actos protocolarias con pocas evidencias de gestión legislativa que pueda dar peso a un trabajo que enorgullezca a los votantes. Así, el decreto ejecutivo de disolución termina reafirmando una frustración generalizada.
La Muerte Cruzada, al ser la expresión del fracaso de la clase política, no es la solución a un sistema que está corrompido por la manera cómo se generan liderazgos, surgen candidaturas y eligen dignidades. No soluciona sino profundiza todavía más la fragilidad de la clase política, la misma que en unos meses deberá ser elegida para llegar -en un gobierno de transición- a ocupar las mismas curules legislativas y el mismo sillón presidencial. (O)