Mientras circulan nombres de posibles candidatos y se especula sobre alianzas en busca de binomios para las elecciones de agosto, sospecho que el sentir de muchos ecuatorianos es de desolación y angustia ante la clara posibilidad de una vez más tener que votar por la opción que consideremos menos mala, menos corrupta, menos inepta, menos vinculada a mafias que han convertido nuestro país en un narcoestado lleno de violencia e inseguridad.
A pesar de existir honrosas excepciones, es una lástima que prácticamente se haya normalizado el asociar a la política y su ejercicio con corrupción y falta de ética, lo que hace que muchas personas valiosas y preparadas no deseen ingresar a esta área de servicio por no ver comprometida su integridad personal, por falta de confianza en el sistema -lo que dificulta lograr cambios significativos y reales en la sociedad-, para proteger a su familia e intereses personales, o simplemente para no convertirse en carne de memes.
Algunos politólogos como Russell Dalton denominan a esto la teoría del desencanto político, y lo que esta teoría sugiere es que la falta de confianza en el sistema político y las instituciones puede desalentar a las personas a involucrarse en la política, sobre todo si se percibe este terreno como corrupto o ineficiente. En su libro Bowling Alone (2001), Robert Putnam explora el declive de la participación cívica y el capital social en la sociedad contemporánea, lo que de alguna manera explica que muchas personas eviten involucrarse y contribuir al cambio social a través de la política.
Así pues, resulta optimista pensar que las cosas pueden mejorar a corto plazo, y triste resignarse a una vez más no tener opciones que se fundamenten en el valor de sus candidatos y no en fanatismos. (O)
@ceciliaugalde