Me conduelo del dolor ajeno. Hago mías otras vergüenzas. Recojo el rubor agazapado en rincones patrios. Me espantan las cabezas cuyos cerebros se amortiguaron. Siento que un terremoto intelectual y sentimental dio al traste con virtudes y propósitos nuestros. Sí, amigos, me siento muy mal porque pertenezco a esta Patria que ya no es la misma que hace mucho tiempo juré defenderla. Tratemos de restaurarla, es mi súplica insistente. Las quejas y los lamentos están bien, pero tienen su límite. Hoy, más que ayer, es hora de la acción. Las palabras sobran. ‘Obras son amores y no buenas razones´.
Cómo hacer para que los ecuatorianos comencemos a analizar lo que sucede dentro y fuera de nuestras fronteras; cómo saber si todos comprendimos las causas de la muerte cruzada; cómo estar seguros que en todas nuestras provincias, al final, llegamos a entender que una Asamblea como la que tuvimos era una vergüenza para el presente y futuro del país. Las convicciones de un pueblo nacen de valores que se buscan conquistar y de anomalías que se deben combatir. La vida nacional es el tránsito de un país que recibimos hacia ese Ecuador que tenemos, o debemos tener, cerca de nuestras vidas.
Durante la interpelación al señor Presidente de la República pude ver a la interpelante que leía un texto en tono triunfador y descomedido, semejante al de un patrón que reta a sus subalternos, con poses nada femeninas, carente de argumentos pertinentes al juicio que se celebraba. Entonces hice memoria de damas parlamentarias dueñas de un lenguaje sobrio y elegante, preciso y correcto, cortés y valiente, como instrumento apto para señalar desafueros y castigar omisiones.
En mi escuelita primaria de Sígsig los maestros nos enseñaron a respetar a los mayores, a buscar la verdad, a no ofender de palabra, a cuidar del honor personal y colectivo. “Si entra a primer grado el Director”, nos enseñaba nuestro profesor, todos nos ponemos de pie, en señal de respeto.
Mientras yo rechazaba ademanes reñidos con la urbanidad, en la difunta Asamblea, alguien me dijo, David ‘lo que no nace, no crece’. No conocía este refrán. Pensé mucho en él y me sirvió para comprender una serie de interrogantes que me inquietaban. ¿Cómo puede alguien ser honesto, trabajador, culto, honrado, decente y patriota si nunca transitó por esos caminos? ¡Lo que nace no crece: ¡qué verdad, qué enseñanza! (O)