La propaganda acompañada de la mente literal resulta ser una mezcla potente y peligrosa, como se puede observar a diario en muchas redes sociales. Y es que la propaganda, por su naturaleza, se nutre de la adulteración de los hechos, penetra en nosotros a través de los sentimientos y se aprovecha de nuestros sesgos cognitivos (Díaz, 2018). Si a esto se suma el hecho de que, como el premio Nobel de Economía, Daniel Kahnemam, menciona en su libro Thinking, Fast and Slow (2011), tenemos una tendencia a buscar, interpretar y recordar información de manera selectiva de tal forma que confirme nuestras creencias preexistentes, ya sea para sentirnos más cómodos o para validar nuestras creencias a través del sesgo de confirmación, estamos pavimentando el camino para todo tipo de propaganda.
Todo esto marca un terreno fértil para la proliferación de noticias falsas, mensajes que además llegan a muchas personas de mente literal, aquellas a las que, como Daniel Gascón mencionaba la semana pasada, la ironía resulta misteriosa, aquellas que se quedan con el significado exacto de las palabras y no tienen en cuenta lo implícito en el contexto.
Así entre los muchos resultados de esta mezcla tóxica podemos encontrar falta de cuestionamiento crítico, lo que permite que se acepte la propaganda sin cuestionarla o analizarla, además de que admite la manipulación de las emociones, y la simplificación excesiva que hace que la propaganda nos presente temas complejos de manera binaria o polarizada y la mentalidad literal caerá en la trampa de aceptar esas simplificaciones como verdades absolutas, sin decir nada de que esta mezcla es terreno fértil para la utilización de estereotipos y prejuicios que nos fragmentan y aumentan todo tipo de discriminación. (O)
@ceciliaugalde