Se va acabando el año escolar pero pronto se estará de retorno, tan cansados como el que termina; pues, el tiempo es más fugaz que antes, decimos los que traspasamos la edad florecida. Son idénticos los reclamos, observaciones y cuestionamientos, es decir, los mismos cantos de sirena; no por ello, debemos atenernos al “laissez faire, laissez pase”, porque el conformismo es de los peores síntomas de morbosidad social. Y mucho peor si se da en la juventud en relación con las desigualdades, cuando no ve problema alguno y vive con ellas sin hacer nada para revertir las crisis.
El año pasado, en un artículo titulado “Saturación de profesiones”, evidencié casos de la oferta en el mercado académico de profesionales de manera indiscriminada, particularmente de médicos, odontólogos, ingenieros, arquitectos, psicólogos, periodistas… Basta saber que, para esta última, todas las universidades cuencanas, presenciales y a distancia, cuentan con esta carrera, y, estamos al corriente que hay un solo medio de comunicación impreso, unas pocas radios y tres canales de Tv., además de improvisados medios online.
Los lectores asentían en lo que decíamos por entonces y agregaban que las universidades del país estafan con carreras tradicionales, sin brindar atención a las intermedias. Uno de ellos texteo: “Qué buen artículo Dr. El otro día fui a dejar la carpeta de mi hija en la Empresa Eléctrica, por una vacante de Ing. civil y pude constatar la inmensa fila de personas, sólo por una vacante. Estimaban que, sumados los días que faltan para el cierre de la recepción de documentos, podía alcanzar a 300 carpetas, una hasta de 300 hojas de currículo vitae” …
Tras el estropicio de la enseñanza primaria y secundaria, se fue por el saber superior. Ideologizaron a la Universidad y luego fueron por las estancias inferiores y así “cretinizaron” -verbo que aún no ingresa a la DRAE, pero que ya mismo entra de manera oronda- a las masas. Todo ha ido por imponer a la educación criterios mercantilistas, con el cuento de poner el conocimiento “al servicio de la sociedad”, arruinando por completo las disciplinas clásicas con nuevas engañabobos, convirtiendo a la Universidad en una suerte de oficina expendedora de títulos tradicionales y masterados “paparruchescos” y carísimos.
Los demagogos seguirán defendiendo el tradicionalismo, aunque su discurso fullero sea revolucionario: que todo el mundo entre a la universidad. Nada se saca ingresando a un ceporro para que salga con título, tan ignaro como entró. (O)