Amado Nervo me presta algo de TÚ, su inmortal poema: “Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa. Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor …”. Y así nos habla de ese Dios, nuestro Dios, omnipresente en la naturaleza que nos circunda y sostiene.
Cuando reviso los años que he ido dejando atrás, recuerdo aquella frase: “Los años que tenemos no son nuestros. No es válido decir: los años que tengo al cumplir ochenta, por ejemplo; lo acertado es señalar: los años que ya no tengo, que fueron míos, que con ellos viví”. Hoy mis días y mis horas, y también mis años, así lo espero, son los que están por llegar, los que espero que lleguen y cuando vengan tenga yo la suficiente capacidad para entenderlos y las fuerzas necesarias para disfrutarlos.
Desde esta atalaya miro hacia abajo y muy hacia atrás. Diviso mi niñez, juventud y mi larga vida. Deo favente fue una siembra, cultivo y cosecha de valores, o como decíamos entonces, de virtudes, buenos modales y maneras plausibles de interrelación serena y consciente. Esto nos llevó a vivir en una sociedad, nunca perfecta, pero honrada, respetuosa de los mayores, acatadora de las leyes, honesta a tiempo completo, estudiosa, digna. Fuimos grupos humanos que respetaron a sus mayores y trataron de cumplir las leyes y también ese algo más que ustedes recuerdan, al menos quienes cargan en su espalda cinco o seis décadas de vida. Cuando me siento en este mirador y cuando veo hacia atrás trato de encontrar la causa que hizo que cambiáramos tanto.
El mundo está cambiando, vertiginosamente, y cambiará más. Nunca estuvimos preparados para dejar nuestros moldes conceptuales y encontrar lo sano en propuestas nuevas, encontrar un sendero de innovación y de conservación al mismo tiempo de los basamentos de nuestra moral y de nuestra cívica. Hoy la vida toca a nuestras puertas. La vida es cambio, es progreso, un más allá. Nos asusta el cambio, tememos cambiar y sabemos que para hacerlo requerimos de pautas y de metas que hoy por hoy no las tenemos. ¿Cambiar para sucumbir?
Entonces, surge la pregunta inicial. Virtudes y valores: ¿los tuvimos o no los tuvimos? Si los tuvimos: ¿cuándo los perdimos, ¿dónde los abandonamos?
Percibo que andamos perdidos, sin brújula, sin un hacia dónde. ¿Mal sin remedio? (O)