Dentro del abanico de causas que han contribuido a la baja aprobación de la administración del presidente Guillermo Lasso, se destaca su deficiente estrategia comunicacional. El propio presidente ha reconocido las dificultades que su gobierno ha enfrentado para conectar con la ciudadanía respecto a sus logros y acciones. Si bien los mensajes, canales y formatos utilizados revelan una limitada capacidad de escucha y un reducido encuadre desde donde se produce el espacio de enunciación, lo cual ha convertido a la gestión de comunicación en un mero instrumento sin una estrategia eficiente y efectiva, también es cierto que no todos los procesos comunicativos empleados han sido erróneos en su contenido y estrategia, sin embargo no han logrado una recepción adecuada. Es aquí donde intervienen otras variables en su explicación tales como la pérdida de reputación y la disminución de la credibilidad en la voz presidencial.
La aprobación de la gestión presidencial se sustenta en tres factores. En primer lugar, la percepción del desempeño político, es decir, el cumplimiento de las promesas y la percepción de beneficios tangibles por parte de la población. En segundo lugar, el factor partidista, que se refiere a los vínculos ideológicos existentes, ya sea una inclinación hacia la izquierda o la derecha, que coincida con la del mandatario, lo cual aumenta la probabilidad de una mayor aprobación. Por último, se encuentra la personalidad percibida, que a menudo se explica a través de la cercanía, el carisma, la integridad y la forma en que el gobernante se relaciona con la ciudadanía. En consecuencia, si existe una mayor confianza y credibilidad en el líder político, es más probable obtener una opinión favorable. Sin embargo, ¿qué sucede cuando, al igual que en la fábula de «Pedrito y el Lobo», el mandatario no cumple su palabra o realiza declaraciones públicas que luego son desmentidas por terceros o, peor aún, por el propio mandatario? Esto es precisamente lo que está ocurriendo actualmente con el gobierno. Aunque intente comunicar que «el Lobo viene», nadie lo escucha o, en el mejor de los casos, los pocos que lo hacen dudan de su veracidad.
La pérdida de credibilidad en el Presidente guarda una correlación directa con la disminución de la aprobación a la gestión del gobierno, lo que a su vez conduce a una fragilidad política e institucional al no lograr instaurar una agenda propia en la opinión pública. Además, al encontrarse fragmentado y vulnerable, se convierte en una presa fácil para los ataques de la oposición y de otros actores políticos, incluso aquellos que han asumido el rol de medios de comunicación. Las consecuencias que Ecuador ha experimentado, incluyendo la “muerte cruzada”, no se han originado de forma gratuita. Son el resultado, entre otras cosas, de una constante y eficiente pérdida de reputación y credibilidad en la voz presidencial. (O)