Normalmente los exhortos y cartas, veo aquí, se acostumbra a las autoridades. A la ausencia de obras, de proyectos y planes de trabajo. Que el incumplimiento y desatención, que la vanidad y la corrupción. También se suelen hacer por la falta de empatía y la desconexión. Es legítimo.
Pero, si a usted como ecuatoriano, no le apena la situación actual que vive el país, algo sucede. Si a usted, no le frustra mirar el desmoronamiento de lo poco o escaso construido en el Estado, algo no está bien. Y si a usted, no le preocupa que tengamos lo indicadores más altos de riesgo país y, además, una incertidumbre diaria de qué sucederá mañana y pasado mañana, algo no anda nada bien.
Esta carta es para los ecuatorianos.
El Ecuador desde su inicio como República, ha tenido una débil, muy débil, institucionalidad, problemas económicos y sociales, desorden y caos; en gran medida por el mismo proceso hegemónico descolonizador y la repetida leyenda del caudillo militar y civil que no ha dejado de rondar. En esa realidad, hoy el Estado carece de lo mínimo para su futuro y progreso: respeto. Sí. A las personas, a las normas vigentes, al dinero público, a la Ley y al orden constitucional.
Elegir a un presidente y asambleístas decentes, es imperativo. Terminar con el muñequeo y rencilla cotidiana que no conduce a ningún puerto seguro. El país requiere un poder político transitorio para los siguientes meses; el que deberá ser capaz de cerrar la brecha del desorden y caos. Conducente a reinstitucionalizar al Estado lejos de la burla que a diario los ecuatorianos debemos observar. (O)