Vivimos en un mundo muy competitivo en el que cada vez existe mayor presión para ser mejores, para triunfar, para tener éxito; lo que en muchos casos nos coloca en una carrera constante en la búsqueda hacia la excelencia en todo lo que hacemos, ya que la excelencia nos destaca frente a los demás, nos abre mayores oportunidades al conseguir resultados superiores en lo que hacemos, e incluso su búsqueda puede hacer que estemos constantemente aprendiendo, lo que nos ayuda a adaptarnos mejor a los cambios y nos hace más resilientes.
Pero, por mucho que nos esforcemos, podemos ser buenos en varias cosas, pero no excelentes en todo, independientemente de que Aristóteles haya dicho que la excelencia no es un acto, es un hábito, la misma teoría de la especialización postula que cada individuo tiene recursos limitados, como tiempo, energía y atención, y que no es posible distribuir estos recursos de manera óptima en todas las áreas de la vida, argumenta que es más efectivo y gratificante enfocarse en áreas específicas y dedicar tiempo y esfuerzo a desarrollar ciertas habilidades y conocimientos profundos, lo que tiene sentido si es que deseamos dedicarnos significativamente a algo. Básicamente, coincide con el refrán de que quien mucho abarca, poco aprieta.
Mihaly Csikszentmihalyi en su obra Fluir: Una psicología de la felicidad (1990), presenta la teoría del flujo, en la que sugiere que cuando nos sumergimos en una actividad en la que somos expertos y experimentamos un estado de flujo, alcanzamos niveles más altos de satisfacción y rendimiento, por lo tanto, debemos elegir qué es en lo que queremos buscar la excelencia, elección que no es fácil, no es como decidir entre peras y manzanas, es más bien como decidir entre cascarita o buñuelo. (O)
@ceciliaugalde