A poco de comenzar la cortísima campaña electoral, muchas cosas pasan inadvertidas o no son lo suficientemente explicadas. Si algo lo están, el tráfago de la vida diaria las ensombrece.
Citaremos una: los próximos presidente y vicepresidente de la república apenas durarán en el poder un año y medio o un año ocho meses. Igual sucederá con los futuros asambleístas.
Dicha coyuntura, consecuencia de la inestabilidad política - uno de los peores lastres del país -, somete a los ecuatorianos a una dura prueba al momento de escoger.
Escoger, por el momento, de entre ocho binomios, cuyas variopintas ofertas son un popurrí de todo y para todo. Sí, como si los problemas y necesidades de los ecuatorianos fueran fáciles de resolverse en apenas año y medio.
Sólo una cosa parece estar seguro al final de aquel lapso. El binomio ganador correrá por la reelección en 2024. Le sobrarán argumentos. Lejos de tener “listas las maletas” para irse a casa, querrá continuar, mucho más si sale de ese movimiento cuyo norte es quedarse en el poder 50, 100, 150 años, una aspiración de alguna manera truncada hace seis.
En tal contexto, pensar en un proyecto de país a mediano y largo plazo, imposible. Nunca ha sido posible, peor cuando, como ocurre ahora, se acentúa la polarización, alimentada con la proliferación de candidaturas, cuyo papel, en la práctica, es dispersar al electorado en beneficio de alguien.
Además, partidos y movimientos, las alianzas, aspiran a tener el mayor número de asambleístas, para, si no logran poner Presidente, tener poder para negociar, para querer cogobernar con agenda propia, y si no lo logran, armar la tarea obstruccionista.
¿De dónde; cómo escoger al próximo gobernante para año y medio? Un verdadero ejercicio de ciudadanía, sin caer en la trampa de la propaganda, permitirá hacerlo a los ecuatorianos, si bien los aspirantes no tienen la mínima señal de ser estadistas.