Las juntas cívicas

David Samaniego Torres

Las circunstancias que vive una persona o una institución requieren de decisiones urgentes y dramáticas. Hace unos días fui invitado por una Junta Cívica para analizar la situación de un determinado cantón y tomar algunas decisiones que ayuden a solucionar problemas existentes y otros que se los ve venir.  El intercambio de experiencias, anhelos y necesidades fue enriquecedor. Esa noche analicé recuerdos y me contagié de entusiasmo. Confieso que lo tenía algo aletargado.

Entonces recordé que civismo es “el complemento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, que respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad.” Hace muchos años Moral y Cívica eran parte del currículo estudiantil, de esta forma todos recibimos orientaciones similares, conocimos cuales eran nuestros derechos y obligaciones y finalmente así aprendimos a insertarnos en la sociedad.

Los viejos, ese pelotón que aún respira y suspira por un ayer distinto, es hora que despierten y retornen a esas lecciones de cívica y se pregunten si hoy están viviendo o no aquellos compromisos de antaño. Anticipo una respuesta por ustedes. Hemos creído que por habernos jubilado, por haber terminado nuestros días de trabajo obligatorio, debíamos replegarnos a nuestros aposentos, olvidarnos del día a día de la Patria y pensar que lo que hicimos lo hicimos bien, que ahora … a otros les toca la misión. Pero lo que sucede es que de este modo un considerable grupo de ecuatorianos dio las espaldas a requerimientos cívicos alegando que habían cumplido ya con sus obligaciones.

Al final entendí que la Junta cívica de Salinas, tenía mucha razón. Sus integrantes, todos ajenos a ideologías políticas partidistas, tienen un solo propósito: servir y para esto dejaron a su lado, sus comodidades, su tiempo libre, sus afanes personales, para entregar a la ciudad manifestaciones concretas de su cariño; han movido y mueven cielo y tierra para realizar ese sueño: ver a Salinas otra vez como un tiempo lo fue, como centro agradable y pacífico, lleno de encantos naturales, lugar preciso para ser visitado por horas o por días. Esa noche entendí que el amor cuando no se apaga es una llama que abriga y que contagia.

Soñar nada cuesta: si cada pueblito, cada cantón, cada ciudad ponen a funcionar sus juntas Cívicas, de verdad, creo que seríamos testigos de una eclosión cívica nunca vista. (O)