Hacernos cargo

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Habrá sido fascinante. Las pláticas sobre filosofía, los acalorados debates políticos, las batallas dialécticas libradas bajo el cielo del París de 1939. Allí, mientras la monstruosidad humana se materializaba en la Segunda Guerra Mundial y el mundo se lanzaba a la peor borrachera de odio y de sangre jamás registrada, los intelectuales del Sena, entre ellos el descomunal y aterrador Jean Paul Sartre y la insondable Simone de Beauvoir, exploraban los riscos más peligrosos el alma humana y daban nacimiento al Existencialismo.

Será por eso que está filosofía, nacida del absurdo de nuestro tiempo, surgida de las inmensas contradicciones de nuestra existencia, no es más que la materialización de aquello que no tiene sentido, pero que la apatía y la vanidad protegen a toda costa, por ese miedo atávico a “salir de la guarida” como decía Nietzsche.

Allí está el mundo moderno, la oscura certeza de tener todas las preguntas y ninguna de las respuestas, que nos ha obligado a asomarnos al abismo y mirarlo a los ojos. En un mundo sin verdades absolutas, sin un dios que le dé sentido a la sinrazón, sin religión donde guarecerse de la certeza de la muerte, sin gobiernos ni caudillos para jugarnos de víctimas y hacerles culpables del estrepitoso fracaso de nuestra sociedad, sin nada, absolutamente nada a lo que asirnos para justificar la oscuridad. Estamos en la era del individuo y eso significa que estamos solos, solos frente a la tempestad, desnudos frente al espejo, a la deriva en el naufragio de las religiones y las ideologías. 

Y es allí donde aparece la tarea, probablemente la única tarea de nuestra generación: encontrarle un norte y un sentido a la existencia. Hacernos cargo de nuestra vida, romper los grilletes que nos atan a lo que ya fue, no aceptar ningún destino impuesto, por nadie y por nada. Ahora ya no caben las excusas para explicar nuestras derrotas. Nada de “fue la voluntad de dios”, “son políticas del partido” o “la decisión vino de arriba”. La corrupción, la destrucción de las selvas y los páramos, la violencia y la exclusión son nuestra culpa.  Nuestra, de nadie más… (O)