Al anunciar la resolución de dar por terminado, de manera unilateral, el contrato con el consorcio Movil Technology, operador de las cámaras y radares para el control de las infracciones de tránsito, el alcalde Cristian Zamora anunció campañas de educación para la seguridad vial.
Dichas instalaciones, según se justificó, tenían como propósito sancionar económicamente a los conductores irrespetuosos de la luz roja de los semáforos, de los pasos cebra, el exceso de velocidad, entre otras infracciones, y, por consiguiente, de reducir la alta siniestralidad.
Sus antecesores también tuvieron aquel mismo propósito, pero sin mayores resultados efectivos, no tanto por cuan disuasivas resultaron las campañas, cuanto porque, simplemente los conductores – hay excepciones -– carecen de conciencia sobre la seguridad vial.
Una cosa es rendir pruebas previo a obtener o renovar las licencias de conducción, otra, muy distinta, es llevarlas a la práctica cuando se está frente al volante.
En gran o menor grado esa es la realidad. La viven casi todas las ciudades, aun las más pequeñas, ahora atiborradas de toda clase de vehículos y de conductores inexpertos, irresponsables; pero también con calles y avenidas sin la señalización completa y en mal estado.
Como lo hemos dicho: Cuenca no es la ciudad de hace 5, 10, 15 o 20 años. Su parque automotor crece rápido. Se incorporan otros tipos de vehículos, unipersonales por lo general. A la impericia y otros defectos de fondo se añade la sobrecarga de estrés, de violencia y hasta de ínfulas de superioridad al momento de conducir.
Quienes mostraron su descontento con los nuevos radares y cámaras, argumentando “la metedura de manos en sus bolsillos”, deberán demostrar cuan preparados están en materia de seguridad vial.
Ojalá las campañas ofrecidas por el alcalde resulten persuasivas y sienten precedentes para lograr una verdadera educación vial.