En este mundo digital, de la inmediatez, de lo digerido y de la producción visual, las letras ocupan un segundo plano. De hecho, una mayoría no quiere hacer uso de ellas porque más interesante es la música, los efectos y todo cuanto ofrece la inteligencia artificial. En las redes sociales encontramos producciones de media, baja y alta calidad, pero todas con algo en particular: textos incoherentes, sin concordancia y lleno de faltas ortográficas. Ojo, no me refiero a cuentas de “guambras” sino, las institucionales y profesionales, lo que refleja que las letras y sus contenidos son para gente rara, que ama la lectura.
Incluso causa asombró que profesionales de la Comunicación Social tampoco quieran escribir bajo el justificativo de que vivimos en un mundo tecnológico, siendo así el alfabeto debería desaparecer y eso no va a suceder. Hay cosas que son básicas para el desarrollo humano y crecimiento de las sociedades. Entonces, es importante reflexionar que las letras cumplen un papel importante y lejos de desaparecer son el complemento perfecto de las producciones audiovisuales.
Hablando de las letras y el mundo de la escritura periodística hay tantas cosas que no se dicen, pero suceden. Una revista nacional en diciembre y enero otorga un espacio gratuito a las instituciones públicas para que en un reportaje especial informen de proyectos, programas y obras. Una oportunidad que vale oro, pero no para todos.
Para algunos periodistas resulta aburrido sentarse a pensar, investigar y redactar un reportaje de ocho páginas. Otros como yo, caducos o raros, este tipo de oportunidades nos inyecta sangre a las venas y lo hacemos placenteramente hasta que el poder otorga a un funcionario la revisión del producto final y resulta, que por “sus aportes” termina firmando un trabajo ajeno. De esos “profesionales” hay muchos. Reproducen sus mañas porque el poder los protege. Me pregunto ¿Ya no tienen moral y qué, de su orgullo propio? (O)