El irrespeto como signo del tiempo

En tiempos de disputa política, encarnada entre neoliberales, neocomunistas y neopopulistas, la consigna es “cretinizar” a las masas con el propósito de que los catapulten al poder, desde donde les abrevarán con néctares espirituosos convirtiéndoles en fanáticos hasta la consumación de los siglos. Entre los disloques que producen estos noveleros y charlatanes liderzuelos están algunas involuciones éticas, estéticas y usanzas.  

El irrespeto a los demás es del día, sin pensar que su antónimo es un valor transcendental en cualquier cultura y civilización como filosofía de subsistencia para el “sumak kawsay” o buen vivir. Deplorablemente el respeto se ha ido perdiendo paulatinamente y lo acentúan los falsos líderes que desde sus poltronas o púlpitos dan mal ejemplo e inculcan a sus caniches a retornar a edades primitivas.

Ahora nadie respeta a nadie, no hay autoridades ni jurídicas ni divinas ni naturales. A las autoridades de los palacios se los trata como a cualquier vecino de mercado, los maestros son vilipendiados por el mozalbete, los padres son irrespetados hasta por el hijo balbuceante. De nada sirven los títulos, el género o el báculo… ¡A todos se los somete y ultraja!

¿Qué es lo que está pasando con la sociedad? Son los signos del tiempo dirán los posmodernos. Los adultos, maestros, autoridades, los padres y líderes, todos tenemos la obligación de encausar a los menores o subordinados a respetar y guardar armonía en su conducta. No hace falta ejemplificar casos porque para todos es conocido lo que acontece en la feria de la política, en el mercado de la educación o en la cárcel del hogar.

En el sistema educativo sólo se habla de indicadores, logros y capacidades del aprendizaje, pero no de relaciones humanas menos de normas de conducta, urbanidad y cortesía. A tono con la “nueva onda” se ha abandonado la mística del maestro y cuando más se cumple con la función de profesor para que el alumno acumule datos fríos, pero no madure su personalidad y menos adquiera buenas costumbres, como el respeto.  

La autoridad ha llegado a un sitio denigrante, ya no lo saludan ni obedecen, se burlan y afrentan, ahora es un pelele que ha perdido toda autoridad, ya no tiene mando siquiera en su reducto. El Orgullo de tener hijos respetuosos y con inclinaciones normales, ha sido suplantado por otros actos reivindicativos surrealistas, que el neocapitalismo celebra su éxito arrollador en la orgía exultante y avasalladora. (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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