Vivimos tiempos oscuros. No existe un día en el que no se cuenten por decenas las víctimas de la delincuencia en medio de la peor crisis de inseguridad de nuestra historia. Más de 3.500 asesinatos en lo que va de un 2023 que cerrará con una tasa de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes. Si, la cosa es muy seria, pero hay que mirar más allá. Y es que, cuando un ciudadano común comete un crimen, el delito tiene nombre (robo, secuestro, asesinato) y tiene también castigo. Sin embargo, cuando un banco decide dejar a una familia en la calle o cuando un país decide cargarse la pensión de un ciudadano, entonces se llama política de crédito o medida de ajuste. Es decir, cuando no es un delincuente, sino el sistema el que decide liquidar a alguien, no hay crimen ni cárcel (como podría, son los que tienen las llaves).
Y claro, en plena campaña, los ocho binomios han decido hablar de la inseguridad y coinciden, además, en que la solución consiste en más policías y más armas. Es decir, combatir la violencia con más violencia, las armas con más armas, apagar la fogata echándole gasolina, sin detenerse a pensar que la inseguridad es una consecuencia de los que somos, es parte del sistema. Como decía el maravilloso Galeano “‘la publicidad manda consumir y la economía lo prohíbe (…) cada asaltante quiere tener lo que su víctima tiene, para ser lo que su víctima es”.
Entonces sí, la inseguridad es un tema que debe abordarse con “mano dura” como dicen en sus discursos los políticos. De acuerdo, mano dura con los delincuentes, pero con todos, incluyendo a los que delinquen desde los escritorios. Mano dura con los abusos laborales que precarizan el empleo y lanzan la gente a las calles; mano dura con los dueños del capital que niegan el crédito al pequeño emprendedor; y mano dura, sobre todo, con los que lucran y se benefician de la miseria del pueblo. Entonces sí, podremos decir que estamos luchando contra la inseguridad, la que está detrás del telón, la que amenaza de verdad… (O)