Las elecciones, en democracias endebles como la nuestra, carecen de un profuso ánimo de madurez analítica. Hay una responsabilidad compartida ante ello; la de los actores y movimientos políticos, y la de la ciudadanía que con su voto escoge y/o dirime la proyección gubernativa, según el período que fuere. La vorágine diaria apenas permite la definición en las urnas en base a emociones derivadas del marketing (con publicidad artificiosa e innovadora) que navega en las redes y se pauta en los medios.
Ante lo cual, las remozadas generaciones, que son a la vezlos novísimos votantes, desconocen que ciertos sectores políticos que insuflan su retórica comprometiendo la participación ciudadana, ya tuvieron su momento de gobernanza con aciagos resultados en la reciente historia ecuatoriana.
Para muestra un botón. En épocas del febrescorderatoprepotente o del bucaramismo fugaz -solo por exponer dos períodos nefastos y vergonzantes del liberalismo económico, entre los 80 y 90 del XX-, el concepto de ciudadanía jamás fue considerado desde su esencia participativa y de pluralidad social en las peroratas oficiales, y menos en la configuración y aplicación de políticas públicas. Y qué decir en el “sixtismo”, en donde campeó la corrupción con escandalosos casos como “Flores y Miel”, y el uso y abuso de los gastos reservados con implicación directa del ex vicepresidente Alberto Dahik, quien hoy reaparece como “gurú” de las finanzas y guía de la moral política. Así también, en el fracasado tránsito por Carondelet del “armonioso” democristiano ¿acaso hubo preocupación por el devenir del pueblo, el mismo que tras su ira ante los inescrupulosos vínculos del gobernante de turno -graduado en la Universidad de Harvard- y la bancocracia, salió a las calles para repudiar las artimañas de la influyente burguesía y derrocar a inicios del 2000 a tan malhadado politicastro? Algo semejante a la ineptitud gutierrista que fue combatida por la rebelión forajida en el 2005.
El tablado político se torna áspero, escaso de debate, ante lo cual hay que regresar la mirada a los contenidos ideológicos y a desempolvar la memoria de nuestra República, para no volver a tropezar por los cauces neoliberales, que fueron -y siguen siendo- sinónimos de hambre y expoliación, como lo ha demostrado este gobierno saliente de indigna recordación.