Las vacaciones estudiantiles de Julio y Agosto en el austro ecuatoriano, en lo personal, avivan recuerdos de una temporada rica de vivencias que, pese a ser repetitivas anualmente, siempre llegaban cargadas de emociones y expectativas por ser tiempo de cosechas, acontecimiento vital del ciclo agrario tanto de pequeños y medianos cultivos como en las haciendas, fraguando una “cultura de la cosecha” que trasciende con sus particularidades míticas, ocupacionales, festivas y gastronómicas propias.
En todos los pueblos agrícolas del mundo, la siembra, el cultivo y la cosecha responden a un período íntimamente relacionado con su cosmovisión, como en los pueblos andinos, por ejemplo, en los que solsticios y equinoccios, fenómenos atmosféricas, corrientes marinas y ciclos productivos están en íntima correspondencia y la vida gira a su alrededor, acumulando saberes, usos y costumbres que se traducen en una cultura agraria representativa con sus tradiciones, ritos y fiestas también que, de alguna manera, trascienden a nuestros días pese a las variables de la frontera agrícola y modernización de la agricultura. En nuestras cosechas tradicionales la chacra se viste de fiesta que convoca a la familia y a la comunidad, puntualmente, para el recogimiento de los granos, para el deshoje del maíz, para la minga de la parva típica forma de solidaridad comunal, para el reparto de las “chalas” genuina demostración de reciprocidad, para el juego de las mishas, para la fiesta y disfrutar su variada gastronomía.
Que las vacaciones estudiantiles se realicen en esta temporada, no tiene nada de azar, en parte responde a una necesidad ancestral que trasciende a nuestros días, a veces, como una nostálgica vivencia, cuando la hacienda, la quinta y la parcela agrícola convocaban a los hacendados y dueños citadinos a trasladarse con toda su familia para participar en las labores de la cosecha. En el habitante rural, simplemente, los niños y adolescentes también ayudaban en las labores de la cosecha. (O)