Una madre con su hija me preguntaba dónde queda un determinado laboratorio. Habían llegado desde Quito con la intención de estar lista para rendir el examen de admisión. Le tocaba el siguiente día, pero quería hacer un primer reconocimiento del lugar. Al ver sus ojos se notaba la ilusión y el esfuerzo, dos cualidades de cada postulante que busca un cupo en la Universidad.
La Universidad de Cuenca se encuentra estos días en el proceso de evaluar, a través de un examen de admisión, a los casi 20 mil aspirantes a uno de los aproximadamente 4 mil cupos disponibles en esa casa de estudios. La mayoría de ellos son bachilleres del Azuay, Cañar y Morona Santiago, y un 20% de provincias más distantes. Esta vez el proceso ha sido muy organizado y expedito con arreglos para las familias, con carpas y sillas, de manera que puedan esperar con mayor comodidad a que sus hijos terminen un examen que tomó unas dos horas.
En las aulas estaban apostados un poco más de 600 colaboradores de la Universidad de Cuenca, entre profesores, empleados y trabajadores, que atendían con la entrega del dispositivo electrónico o con las facilidades necesarias para la toma del examen. Cada estudiante debía revisar su pantalla y aprobar las instrucciones para luego dar paso al inicio de las 80 preguntas que tenía el instrumento de evaluación. El sistema tecnológico empleado era sensible a comportamientos extraños como capturas de pantallas, o incluso si el estudiante quería abrir otras pestañas. El objetivo es que todos tengan las mismas oportunidades y actúen bajo las mismas reglas de juego. Que el ingreso sea por sus méritos y no fruto del azar o del palanqueo.
La presión del sistema educativo público es enorme. En el caso de la Universidad de Cuenca tan solo 1 de cada 5 postulantes logrará asirse del anhelado cupo, y este escenario es generalizado porque la demanda es superior a la oferta disponible. De acuerdo con la información del Ministerio de Educación, Zonal 6, de los más de 19 mil bachilleres del año 2023, entre el 50 al 60% podrán acceder a un espacio en la universidad pública o privada (cofinanciada) que están disponibles en Azuay y Cañar. La promesa del libre acceso a la universidad, realizada por el actual presidente, quedó en letra muerta precisamente porque desde el inicio era un engaño. Y hoy todavía se escucha a un candidato hablar de libre acceso universitario en la desesperación de ganar unos pocos votos.
La estudiante que vino desde Quito por entrar en psicología, o la que viajó desde Gualaquiza por un lugar en Ingeniería Ambiental, están buscando un cupo con la ilusión de conseguirlo en un proceso que intenta ser justo,porque las reglas son las mismas, y que a la vez frustra porque no todos podrán entrar.