Bien, muy bien, que en este año que se celebra el centenario del nacimiento de monseñor Luis Alberto Luna Tobar, exarzobispo de Cuenca, se diga todo cuanto haya que decir, escribir todo cuanto sea merecedor, volver a caminar por los tantos y tantos caminos por los cuales anduvo, desempolvar sus miles de artículos escritos en diarios y revistas para rescatar su pensamiento; su crítica al orden constituido, a los detentadores del poder; su vocación por la iglesia comprometida con los desposeídos, con los pecadores; su pasión por la verdad, su defensa de los derechos humanos, su valor para enfrentarse a quienes intentaron engañar a la feligresía con supuestas apariciones divinas.
Empero, es oportuno decir que muerto monseñor Luna, Cuenca, el Ecuador, perdieron a un gran líder, a través de cuya voz, de su palabra escrita, aun de sus silencios, gestos y sonrisa, hablaba y levantaba su puño el pobre, el mendigo, el de poncho, el montubio; el pueblo víctima del abuso del poder, de los manipuladores de conciencias y de lavados de cerebro, del aparataje represivo de los gobiernos; en fin, de todo cuanto hace que el hombre sea un lobo para el hombre.
No aparece un líder con carisma como Luna Tobar. Como él, nacen líderes cada 50 años, o más. Fue capaz de poner reparos de fondo a su propia iglesia, a esa iglesia recalcitrante, gemela del establishment.
Gracias a él Cuenca tuvo eco a nivel nacional en todos los ámbitos. Todos buscaban en él una especie de aliento para expresarse, para reclamar, para denunciar. ¿O es que no se acuerdan? Ah, pero también para arrimarse a su hombro y aprovecharse. Hasta lo traicionaron. Y de esos hay algunos politicastros, no sólo aquí, allá también.
Vale decir que los cuencanos no tosían si monseñor Luna no ponía sus pulmones, su boca.
Estando vivo, qué dijera “Monse” o “Moncho” sintiendo el Ecuador que ahora se desangra por la delincuencia criminal; el corroído por la corrupción, por la ingobernabilidad; el que o parte de él, contradictoriamente, es fiel a los corruptos, a sus manipuladores.
Qué dijera sobre el país donde unos cuantos sátrapas buscan impunidad; otros echan lodo a la Justicia aun siendo parte de ella; otros ofrecen becerros de oro pero robando el oro; otros pregonan de todo pero desprovistos de humildad.
Vale, entonces, que en medio de los recuerdos, no de lisonjas, se rescate el don de liderazgo de Luna Tobar, eso que tanta falta nos hace ahora, ahora que fallamos como país, como sociedad, como familia, y hasta como de seres humanos. (O)