Así calificamos al modelo estatal vigente, resultado del proceso vivido en las anteriores décadas que sin otro horizonte que los propósitos del sector político dominante impuso con el voto de una mayoría descontenta a su vez de las experiencias negativas precedentes, o por la fuerza de las dictaduras que desde los decenios sesenta, con la Junta Militar de ese tiempo, luego el gobierno de facto del último velasquismo y la que advino en el setenta y dos con Guillermo Rodríguez Lara hasta el retorno constitucional del setenta y ocho y la Constitución aprobada por referéndum que definió un modelo que de ser respetado hubiese posibilitado la Democracia social, económica y política, más concorde con el desarrollo integral de la sociedad.
No fue así, advino la constitución de noventa y ocho, ajustada a las realidades y factores internacionales, como el colapso de la URSS y luego para Latinoamérica el resurgir de los sectores populistas enmarcados por el Socialismo del Siglo XXI en el intento hasta hoy persistente de hacer del mundo el reino del comunismo planetario con la visión China del siglo de su revancha, al igual los movimientos indigenistas con su ambicioso plan de reconstruir el comunismo incaico. En este contexto la constitución del dos mil ocho resulta un ensamblaje de recortes.
Suena todo lo dicho a una visión apocalíptica del mundo que conocemos.
¿Qué nos corresponde hacer a los que pensamos distinto?
Organizarnos y definir nuestro modelo institucional para reivindicar el derecho a “Ser Sociedades Libres” en la plenitud del desarrollo integral, que a partir del respeto a la dignidad humana consolide la cultura de la solidaridad.
Se dirá que es una utopía, así es. UTOPÍA, para rehacernos y reconstruir los ideales y comenzar por nuestro hogar común que es el mundo nuestro, porque estamos aquí y en este momento del siglo XXI. (O)