Escribir esta entrada se me ha hecho muy difícil. Tengo un sentimiento de angustia, pena, ira, decepción y varios pensamientos más que se me cruzan por la cabeza. Cómo entender que nuestro país se convirtió en un territorio manejado por grupos delincuenciales. Bandas que ordenan a partidos políticos, fiscales, policías, jueces. En definitiva, hacen y deshacen a su antojo. Mientras tanto, a los ciudadanos nos tienen de rodillas.
El vil asesinato de Fernando Villavicencio ha espeluznado a todos los ecuatorianos y a la región. Al terminar un mitin, unos sicarios lo esperaban para callarlo. Y así fue como acabaron con un personaje que denunció a políticos por estar involucrados en casos de corrupción. Fue incómodo para varias élites del poder y para los narcotraficantes.
Pero el baño de sangre no es de ahora. Hace pocas semanas asesinaron al alcalde de Manta, Agustín Intriago. Joven político querido por sus habitantes. A sangre fría mataron a un ciudadano que quería dar un nuevo rostro a la ciudad que tanto amaba. Pero también mataron a una mujer deportista que no tenía nada que ver con la política, contratos ilegales o el manejo de los puertos. Simplemente, salió a hacer deporte y nunca regresó.
Uno se queda sin palabras al ver como dos malditos asaltan a un padre de familia al pie de su casa y en presencia de su hija. Cobardemente, los delincuentes lo dispararon a quema ropa en medio de los gritos y sollozos de su hija, que lo único que pudo hacer, fue pedir ayuda. Esas lágrimas derramadas por la menor, nos hace sentir un nudo en la garganta
Ecuador se ha convertido en un país invivible. Tenemos miedo de salir a la calle. Corremos el riesgo de que nos roben, nos maten, nos secuestren, nos vacunen, que violen a las mujeres. Pero lo que más indignación causa, es que los culpables salgan a las pocas horas de ser detenidos gracias a nuestra “eficiente” justicia. ¿Qué estamos pagando?