Del fanatismo y otros demonios

Cecilia Ugalde Sánchez

Todos somos fruto de nuestro entorno y de los estímulos y circunstancias a los que estamos expuestos desde nuestro nacimiento, y que moldean lo que somos y en lo que creemos.  El ser humano, está en continuo cambio, no es estático, ya que su entorno y experiencias lo moldean día a día, así nos aferremos a creencias y nos cueste e incomode el cambio.  Pero existen ideas y creencias que son más fijas y que en la mayoría de los casos no cambian jamás, son temas que además defendemos a toda costa y no nos permiten ver y menos aceptar puntos de vista diferentes, la religión, la política e incluso los equipos de fútbol pueden entrar en estas categorías de temas que despiertan fanatismos y no permiten discusión, menos tolerancia o cambio.

Es triste ver posiciones defensivas y proteccionistas de las ideas propias que minimizan o se burlan del que piensa diferente, que no ven otra realidad que la propia, que la asumida como verdadera y que de lleno nos convierte en fanáticos de nuestras creencias sin dejar espacio al diálogo y peor al error, a la mediación o al cambio, como mencionó en varias de sus obras Elisabeth Young-Bruehl, los extremos y el fanatismo pueden llevar a la supresión de opiniones y expresiones diferentes, muchas veces a través de la intimidación y la censura.

Resulta evidente que cuando las personas se aferran a creencias extremas y se niegan a considerar otras perspectivas, la sociedad se polariza y aumenta el conflicto social; además es claro observar como el fanatismo y la intolerancia pueden alimentar la radicalización y reducir la empatía, y esa falta de tolerancia finalmente puede llevar a la deshumanización de aquellos que no comparten las mismas creencias.  Ninguna sociedad se beneficia de fanatismos. (O)

@ceciliaugalde